Chile y las emergencias: un gigante con pies de barro




Esta columna fue escrita junto a  Juan Barrientos, del centro Smart City Lab Santiago de la Universidad de Santiago.

Ya se vuelve una constante: somos un país especialmente afectado por los desastres naturales. Las catástrofes en nuestro territorio se producen por movimientos telúricos, tsunamis, erupciones volcánicas y eventos que fueron la tónica de este periodo estival: los incendios forestales y los aludes producto de lluvias con alta isoterma. Los incendios vividos y que mantuvieron atento a todo el planeta han sido, por lejos, los peores en toda la historia de nuestro país, y la "sorpresiva" catástrofe de los últimos días, con decenas de desaparecidos, centenares de aislados y tres fallecidos, ponen en el primer lugar de la agenda el tema de las catástrofes naturales. Sucede que en un territorio que siempre nos mantendrá bajo condiciones riesgosas, la pregunta natural en el contexto de la eficiencia, las ciudades inteligentes y el manejo de las emergencias, es cómo nuestro país, a través del Estado, se prepara y responde a estas múltiples contingencias. Tal como lo señaló a medios de prensa el experto en emergencias Michel De L´Herbe, parece ser que nuestras instituciones ya no son simplemente reactivas, sino que son reactivas solo ante los daños, lo cual nos pone en un escenario que multiplica los riesgos propios de los fenómenos naturales o catástrofes.

Lo vivido por nuestro país en los pasados incendios forestales deja la sensación de un manejo tardío ante una situación que llevaba semanas produciéndose en sectores como Pumanque o Vichuquén.  La anécdota recordará que fue en manos de una donación privada en el extranjero (e, incluso, en contra de la opinión de las autoridades) que se gestionó la presencia del llamado Supertanker, el cual resultó ser no solo una luz de esperanza para miles de afectados, sino un verdadero aporte a la contención de los incendios, hasta ese momento, fuera de control. No podemos evitar pensar que, de no mediar esa presión de la donación privada, es posible que nunca se hubiese contado con ese gran avión cisterna. Así mismo, el hecho que no se hayan dispuesto de efectivos militares desde el inicio de la emergencia, o que se hayan obviado las señales de alerta que, al inicio de la temporada, dieron expertos respecto a este tema, considerando la sequía, olas de calor y la precariedad de las instalaciones preventivas (especialmente, en cuanto a los recursos de las brigadas forestales o del cuerpo de bomberos) , nos pone en una real alerta, que tiene que ver con la forma en que se manejan las emergencias en nuestro país. Situación similar se ha vivido en los últimos días con los aludes,  donde las alertas meteorológicas no fueron sopesadas en su real dimensión, no se logró prever la situación de personas acampando en lugares no permitidos en las riberas de los ríos y, una vez más, la capital del país estuvo más de 24 horas sin servicio de agua potable.

De este modo, Chile se erige como un gigante con pies de barro en materia de emergencias. Gigante, pues han de ser pocos los países en el mundo que deben enfrentar tantos eventos naturales y se levanta, una vez más, gracias al apoyo solidario de todos los chilenos, pero con unos lamentables pies de barro, pues a poco andar en la gestión, se vuelve a caer. No es posible que la respuesta del Estado siga siendo comités que han demostrado ser ineficientes y una Oficina Nacional de Emergencias que, a grandes rasgos, no ha demostrado ser superior a la existente en 2010. A siete años del megaterremoto, las instancias de manejo de emergencia no han mejorado de manera sustantiva y nuestro país sigue viviendo momentos de absoluta incertidumbre, descoordinación y falta de información para las personas afectadas.

Las experiencias de países que generan enormes campañas de alertas preventivas a través de la mensajería celular, el uso eficiente de la web, la entrega de información sobre vías de evacuación, de habilitación de refugios, etcétera, han demostrado ser eficaces en la protección de la población, independiente de que, finalmente, la catástrofe se desate. Estas son experiencias de las cuales nuestro país debe aprender. Para eso, se requiere una cultura de la prevención que, como es lógico, debe permear no solo a sus autoridades, sino a toda la población pues, por un lado, la autoridad debe ser firme al momento de ordenar evacuaciones o medidas drásticas (aunque exista la posibilidad de que la catástrofe no se genere en un 100%), y la población debe entender que esas medidas, bajo ciertos contextos, son necesarias. Se debe reforzar la educación, desde los niveles preescolares, sobre de la importancia de la prevención, como también en cuanto a la realización de simulacros, a la centralización de la información y el funcionamiento institucional.

Con tanta emergencia existente, debemos estar a la altura. Hoy, estamos con esa tarea pendiente.

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