Chile, un país con temor




Se acerca la elección presidencial y la seguridad ciudadana solo aparece en algunos anuncios radiales que ofrecen más castigo y supuesta efectividad. Las propuestas de reforma tributaria, educativa y constitucional han opacado uno de los principales problemas reconocidos por la ciudadanía: el delito.  

La información de los últimos años parece mostrar un panorama de estabilización del problema delictual. Es cierto que cada día se torna más urgente abandonar la mirada exclusiva en los llamados delitos de mayor connotación social e incluir toda la variedad de delitos que se registran en el país para poder así entender mejor el fenómeno. También es cierto que una perspectiva que no incluya los problemas de convivencia y de violencia cotidiana, no podrá enfrentar correctamente la inseguridad.  Pero los datos actuales no muestran un empeoramiento de la situación respecto a los gobiernos anteriores, sin embargo la evaluación de la ciudadanía es muy crítica.

Chile es un país con altos niveles de temor. En mi más reciente libro "Inseguridad, crímen y política "  se debaten los múltiples ángulos que conforman un fenómeno que no solo se construye por la criminalidad y la respuesta pública especialmente de justicia o policía. De hecho, la profunda fragmentación y segregación que define la forma como usamos nuestras ciudades está a la base del temor que nos genera recorrer aquellos espacios considerados ajenos, distantes, no conocidos.

No menor es el impacto que tiene en nuestra cotidianeidad el reconocimiento que no sólo podemos ser víctimas de un delito sino que también estamos desprotegidos frente una enfermedad catastrófica, una pensión que no alcanza o una educación que no permitirá que  nuestros hijos tengan un futuro mejor que el nuestro.

Muchos plantean que el temor es irracional, que los medios de comunicación lo potencian y que incluso el debate político poco enterado lo profundiza. Es posible que estos elementos jueguen un rol significativo en las ansiedades ciudadanas, sin embargo la investigación recientemente publicada muestra que el temor se construye diariamente por acciones que nos llevan a ver en los demás a posibles agresores.

Mejorar la calidad de la convivencia debería estar en el centro de las propuestas de gobierno para así definir una forma de desarrollo inclusiva, menos estigmatizadora y más abierta a la diferencia.  La tarea no es fácil dado que el discurso facilista nos lleva a pensar que la solución es registro de acciones judiciales, aumento de personal policial e incluso mayores castigos para jóvenes infractores. Nada de eso cambiará la sensación transmitida por la ciudadanía de temor: el temor altruista de las madres por los hijos que usan el espacio público, el temor de los más pobres por sentir que la policía no los cuida, el temor de los jóvenes por reconocer que son percibidos como amenaza, el temor de las clases medias ante la posible pérdida de sus bienes y efectos personales y el temor de los más ricos que los lleva a comprar alarmas, cercos y vigilancia.

Así, estos problemas estructurales que nos diferencian, que excluyen y que construyen miradas de desconfianza deben estar en la narrativa y en la práctica de los próximos gobiernos.  Más allá de las propuestas de seguridad y justicia, el desarrollo de un modelo de vida con calidad, con seguridad, basado en la buena convivencia y el reconocimiento de las diferencias será lo único que pueda quitarnos en el temor.  Todo lo demás es música reiterada que como los slogans de campaña, tiende a desaparecer rápidamente.

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