Círculo virtuoso




PRUEBA QUE en política se hace campaña con poesía y se gobierna con prosa, es el "Manifiesto por la República y el buen gobierno" que publicaron un grupo de políticos e intelectuales. El Manifiesto propone una lectura moral de la política para la centroderecha y eso ya es un aporte sustancial. En sus páginas no se encuentra una lista de propuestas o fríos datos. Nada de eso. El documento es más abstracto y, en vez de metas cuantificables, propone reflexiones y posturas desde las cuales abordar los desafíos de la política y del gobierno.

¿Por qué es esto una buena noticia? Hace algunos meses, invitado por "La Otra Mirada", el psicólogo J. Haidt recordaba que en el EE.UU. pre Trump, los republicanos eran mayoría porque habían transformado el discurso político en un discurso con un sustrato moral. Y por eso más que hablar de los costos y beneficios, los políticos republicanos predican lo que es justo, bueno y virtuoso.

El Manifiesto intenta hacer algo similar. Sus páginas están cargadas de principios morales y de virtudes que, nos dicen los autores, deben irrumpir en el debate público de la mano de la centroderecha. Recomienda, por ejemplo, una "actitud humilde" y "hablar con la verdad"; llama a recuperar "la austeridad de nuestros hábitos republicanos"; rescata los acuerdos como forma "de ponerse en lugar del otro"; exige "esfuerzo personal y familiar", "honestidad", "respeto por la palabra empeñada", "trabajo duro", etc.

La aproximación que propone respecto de los derechos sociales es un buen ejemplo. El documento critica el mal uso que la Nueva Mayoría ha hecho de este concepto que, hay que decirlo, también ha cautivado a cierta derecha. Critican que éstos i) se hayan transformado en un arma para imponer desde el Estado una igualdad ficticia y perjudicial; ii) inflando expectativas sin poder satisfacerlas; iii) desatendiendo la preocupación por el número de personas que hoy no pueden gozar realmente de los derechos fundamentales; y iv) olvidando también la opción preferencial por los débiles que debe asumir el Estado. Entonces, la crítica a la inflación de derechos sociales abandona el ámbito de lo estrictamente jurídico (por ejemplo, los efectos de su justiciabilidad) o económico (¿cuál es el costo?) para fundarse en bases eminentemente morales: no es correcto ni justo predicar la extensión de derechos sociales como el camino del progreso.

Otro aspecto que debe destacarse es que el Manifiesto es excluyente. Cualquier relato político que quiera ser exitoso necesita excluir a algunos. Si es universal (algo así como "paz mundial", diría Sandra Bullock), es decir, si todos se sienten cómodos con él, no puede ser un relato exitoso. Y en este caso hay varios excluidos. Por cierto, el gobierno de la Nueva Mayoría, los ideólogos de la reforma educacional y los defensores de las tomas.

En una reciente entrevista, el filósofo M. Sandel sostenía la necesidad de llevar al gobierno a los intelectuales... no para decidir o ejecutar (eso sería pedirle peras) sino que para, junto a los políticos, construir relatos más completos en el arte de gobernar. Algo de eso tiene este documento que, si permea, anuncia un círculo virtuoso.

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