Corbyn




LA ESTRECHA derrota del Partido Laborista frente al Partido Conservador en las recientes elecciones en el Reino Unido representa un éxito para los laboristas, especialmente, para su líder Jeremy Corbyn y su proyecto de volver a domiciliar a su partido en la izquierda. No se trata de un "triunfo moral" sino de un verdadero logro político, pues ha mostrado la viabilidad electoral de un programa alternativo a las recetas neoliberales y de austeridad, consolidando a Corbyn como líder del laborismo en esta etapa y cerrando el ciclo de la "Tercera Vía", cuyos partidarios lo habían declarado "inelegible".

Desde fines de los 70, el socialismo europeo comenzó a perder elecciones con su tradicional ideario, entonces decidió cambiarlo y comenzó a ganar elecciones con las ideas de sus adversarios (no en vano Thatcher dijo que su mayor logro era Tony Blair). Luego, ocurrió algo más patético: comenzó a perder elecciones defendiendo las ideas ajenas. A esas alturas no solo había perdido su identidad -la máscara se había convertido en rostro- sino también a sus electores. Un reciente estudio señala que en España hoy un 40% de los trabajadores no votaría nunca al PSOE (complejo desafío le espera a Pedro Sánchez); el ultranacionalismo de Le Pen en Francia ganó en barrios obreros en los que antes lo hacían los comunistas; Trump triunfó gracias al voto de la clase trabajadora blanca; y en el Brexit fue decisivo el voto de antiguas zonas industriales precarizadas por la globalización.

El proyecto de Corbyn resultó, al final, el menos utópico y el que mejor estaba leyendo la realidad: la crisis económica de 2009 había dejado al descubierto las grietas de una globalización ultraliberal cuyos costos materiales y de expectativas frustradas lo estaban pagando las clases trabajadoras y medias. Las formas del trabajo habían mutado, pero el mayoritario mundo del trabajo asalariado no había desaparecido y venía sufriendo recortes en sus derechos sociales, endeudamiento y servicios básicos cuya privatización se había traducido en mayores costos para las personas y en precarización de su calidad. En ese contexto social, los socialdemócratas europeos se habían instalado en las lógicas de los ganadores de la globalización -y de paso en sus modos de vida- olvidando a los perdedores y excluidos, y abandonando a su base social y electoral de apoyo.

El otro gran logro de Corbyn ha sido, sin duda, su conexión con los jóvenes -en una inédita alianza de abuelos y nietos- los que mayoritariamente votaron al laborismo y han ingresado a militar masivamente al más que centenario Partido Laborista. Hay en ello una búsqueda de autenticidad y de coherencia ética que los jóvenes han visto en este veterano líder, reconociéndolo como alguien confiable en tiempos de desconfianza. Un ejemplo de que los históricos partidos de izquierda pueden ser también un instrumento -si hacen las tareas a tiempo - para vivir, procesar y encauzar esta etapa de crisis de representación política y de búsqueda de un orden global y nacional posneoliberal.

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