Crecimiento y daños colaterales




La carrera presidencial pareciera ser una película previsible. Sebastián Piñera figura como favorito para ser presidente de Chile, pronóstico que debiera cumplirse si no comete errores garrafales o se confía de su victoria.

Las garantías sociales -orientadas a la familia- que disminuyen la incertidumbre de los chilenos, por una parte, y el crecimiento económico, por otra, son metas importantes y valiosas que atraviesan su programa presidencial. No obstante, ambas metas en numerosas ocasiones han entrado en conflicto. Mientras crecemos, alteramos las relaciones sociales que constituyen la estructura de la sociedad global, como consecuencia de esta alteración es inevitable preguntarse ¿quién se ha hecho cargo de esa compensación a la familia?

El crecimiento económico puede terminar por romper el núcleo tradicional de la familia, si no se impide que las relaciones interpersonales de sus miembros disminuyan cualitativamente. La ausencia de padre y madre por motivos laborales, el envejecimiento poblacional que requiere de mayores cuidados –y de mayor distribución del tiempo-, las dificultades económicas de diversa índole que disminuye la tenencia de hijos y las largas distancias de las grandes ciudades, son algunos de los fenómenos que hoy pauperizan los vínculos familiares.

Ahora, la alteración más profunda es evidentemente valórica. La autonomía y la independencia, que ya atraviesan a muchas familias chilenas, son metas añoradas que profundizan la ruptura relacional. Los jóvenes actuales son claros exponentes de esta tensión: quieren a sus familias, pero en muchos casos las quieren más lejos, las quieren mientras viajan, las quieren viviendo solos con sus amigos, con independencia. Consumiendo independencia.

Una moral apetitiva, que se orienta principalmente al consumo, instala objetivos que no cooperan con la naturaleza propia de la relación familiar. Una relación que pide entrega, olvido de sí, gratuidad y preocupación por el otro. La posibilidad de satisfacer mis propias necesidades, sin mayor necesidad de padres o hermanos, entra en confrontación con las relaciones familiares. Las altera, las presiona y las daña. La generalización de relaciones humanas que se cimientan en torno a intereses y satisfacciones, afecta negativamente la convivencia social. Cuando viajamos podemos percibir justamente esta diferencia: hay pueblos que culturalmente tienen incorporada una moral de entrega, mientras otros tratan al foráneo como un agente perturbador de sus propios intereses.

¿Qué hacer? Aumentar la ambición. Se debe poner atención a quienes se ven más afectados por el cambio que produce el crecimiento económico. No los más ricos, sino los más vulnerables que rápidamente amplían su horizonte de oportunidades. Especialmente en quienes se integran con menores herramientas al mundo laboral, alterando el modus operandi de sus familias.

Para eso, se debe avanzar en la consolidación de un mercado laboral que logre conectar la eficiencia con la ética. Que favorezca a la familia principalmente y que no termine por sacrificar dimensiones humanas. Las empresas siguen estando diseñadas para los hombres, aunque muchas mujeres se integren a ellas. Dicho escenario imposibilita una maternidad responsable, que pueda responder de forma flexible a las diversas circunstancias que implica el cuidado de un hijo.

También es necesario otorgar asistencia a las familias que sufren conflictos, superando la mentalidad divorcista. ¿Cuántas familias podrían haber evitado una posible separación si hubiesen recibido los consejos oportunos, la mediación necesaria para observar con perspectiva la situación difícil que padecen? ¿Cuántos niños podrían haberse criado con sus padres si más que con abogados, hubiesen contado con instituciones sociales y estatales que tuvieran por objetivo fortalecer los vínculos familiares y matrimoniales?

El próximo gobierno puede aplaudir el progreso familiar, pero debe por sobre todo dar las condiciones para dicho progreso, porque por sí solo no es sinónimo de felicidad, el proyecto familiar es exitoso en la medida que es integral. Por eso, el crecimiento económico, sin estos objetivos de respaldo, solo puede profundizar una crisis que aleja al poder político de la vida de cada ciudadano y sus necesidades.

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