Culpas históricas




ENTRE LOS numerosos problemas que padecemos como país, el hacer efectiva la responsabilidad de los poderosos nos aqueja desde hace rato. Dos presidentes se han suicidado probablemente porque temieron un tongo de juicio tras sus caídas políticas. Otro terminó sus días acusado, aunque impune, sobreseído definitivamente, no sería raro que gracias a un acuerdo. Mucho antes, tuvimos el caso de O'Higgins convenientemente exiliado, y el más paradigmático, el de "La Quintrala", que colgaría de un pelo, suspendida de un hilo a las puertas del infierno, ¿en espera de un dictamen divino, por falta de instituciones competentes, o endosada, la muy tal por cual, a la Historia en calidad de tribunal, para que se haga justicia?

Suena algo peregrina esta última sacada de pillo. No son capaces de procesar al vivo, y endilgan el muerto a historiadores y comentaristas, y ello a sabiendas de que nunca los juicios históricos producen cosa juzgada. Además que si no les gusta da lo mismo, se les descarta por parciales y prejuiciados. El juego con dados cargados es evidente. Las responsabilidades históricas existen, pero el rayado de cancha para hacerlas valer no ofrece garantías. Lo hemos visto con Pinochet y Aylwin, e incluso con el Lagos "estadista", como también con una figura compleja, fácil de condenar pero difícil de intentar entender, como Agustín Edwards. De ahí las diatribas airadas o las impermeabilizaciones, cuando no los homenajes devotos, a fin de que se les toque apenas.

Si lo que se propone la historia es comprender, iluminar, y contextuar, enfocar a estos personajes dialécticamente recurriendo a envasados escuchados hasta el cansancio, no sirve de mucho. Volvemos a lo de siempre, al "¡Viva la Cordillera de los Andes!/ ¡Muera la Cordillera de la Costa!" de Nicanor Parra. Con la particularidad que de esa forma el personaje queda relegado a un limbo seguro en que ataques y alabanzas empatan y reducen el asunto a subjetividades opuestas. Puede ser también que sirvan de pararrayos o chivos expiatorios; se culpa a Pinochet pero al Estado y Ejército se les salva. No se avanza así en el conocimiento.

Un competente juicio histórico sobre Edwards exige, desde luego, ponderar qué tan decisivos son los personajes. Ni los más poderosos son tan poderosos a la larga; un poco de relativismo, mal no hace, a no ser que se quiera seguir mitificando a modo de sucedáneo histórico. Tampoco se puede confiar en dudosas historias oficiales; sería lamentable que a Agustín Edwards le escribieran una biografía equivalente a la que él mandó a hacer de su abuelo Edwards MacClure. Al contrario, hay que esperar que aparezca el historiador idóneo que logre poner las cosas en su debido lugar, dé justo crédito a alegaciones, o si no que se las deseche porque aburren, además de rescatar al personaje del limbo en que convenientemente está. Y ya que estamos por complejizar, alguien podría escribir una historia de El Mercurio que hace mucha falta, y no se explica que no exista. Ese sí que es tema clave.

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