DC, PC, derecha: la conjura de los brujos




Se podrá discrepar sobre cuántos puntos obtendrá la DC en las próximas elecciones o del eventual éxito de la candidatura de Goic. Hay, sin embargo, dos hechos fundamentales en el actual momento por el que atraviesa ese partido.

Primero, están lejos sus tiempos como principal fuerza política del país. La DC actual no es ni la de Frei Montalva ni la de Aylwin, tampoco la de Frei Ruiz-Tagle. Su pensamiento, antaño vanguardista, ha devenido a la saga de corrientes socialdemócratas, cuando no reaccionario. Esta pérdida de liderazgo político e ideológico puede ser calificada, sin exagerar, como una crisis. Es una crisis de largo aliento, y que los falangistas han sorteado hasta ahora con algo de éxito.

Pero aquí aparece un segundo hecho fundamental. ¿Qué hace la DC en la Nueva Mayoría? La última crisis con el PC, por el asunto cubano, no es más que una anécdota si se piensa en la serie de abismos ideológicos que separan a los amigos de Castro y los humanistas cristianos.

La política es el arte de volver eventuales contradicciones en tensiones productivas. Y en el mundo civilizado las alianzas de socialdemócratas y socialcristianos se han mostrado fructíferas. Pero, ¿pueden los humanistas cristianos, los lectores de encíclicas, los estudiosos de Maritain, los republicanos de la revolución en libertad, mantenerse inveteradamente en alianza con los comunistas, sin estar renunciando a su vocación y destino?

En épocas de crisis graves, por ejemplo bajo la dictadura, resultaba explicable la operación eventualmente coordinada de falangistas y comunistas. Sólo una "política de excepción" podría justificar la alianza DC-PC. Pero, a casi tres décadas del término de la dictadura, ¿es posible suponer que vivamos en una situación tan excepcional como aquélla, que justifique la extraña alianza?

El fenómeno es barrocamente curioso, pues al frente, en la derecha, también hay quienes viven parapetados en trincheras de Guerra Fría. Quienes piensan, sin matices ni distinciones, que la izquierda chilena es la misma de siempre; que -esta es la consecuencia lógica- la derecha debiese ser la misma de siempre, la ochentera y noventera, la del mercado y punto, salpicado de moral sexual.

Entonces, el asunto se parece a la conjura de los brujos: la DC puede mantenerse con el PC porque en la derecha, como advierte Belisario Velasco, están los pinochetistas autoritarios. Y cumple, así, la profecía de los derechistas de Guerra Fría: la DC es comparsa del PC, y la Nueva Mayoría se parece a la izquierda de siempre. Los ochenteros de la DC sostienen a sus enemigos derechistas de los ochenta, dándoles, en los hechos, la razón.

A lado y lado, sin embargo, la rueda de la historia parece haber ya comenzado a girar.

No sólo la DC, el mismo PC se encuentra desbordado, desde dentro y fuera de la Nueva Mayoría, por fuerzas de una nueva izquierda revolucionaria, ideológicamente más sofisticada y con bases en el mundo universitario y social. En la centroderecha se ha instalado la consciencia sobre la insuficiencia de un discurso de Guerra Fría y trinchera en las difíciles discusiones y el complejo escenario que enfrenta el país. Poco a poco, la reflexión ideológica viene decantando ahí en documentos ("Convocatoria" y "Manifiesto"), en jornadas de discusión, en textos que lenta, pero persistentemente, permiten hablar de una renovación.

Aunque la política es imprevisible, todo parece indicar que los conjuros están deviniendo impotentes. En un contexto de cambios profundos, o las fuerzas políticas republicanas de centroderecha y centroizquierda efectúan un ejercicio -que ha de ser siempre renovado- de comprensión política y logran entender lo que está pasando y actuar en consecuencia, o se fosilizarán.

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