Debate para un país irreal




Si en Chile toda forma de tortura estuviera efectivamente proscrita, el debate presidencial de ayer habría sido declarado fuera de la ley. Difícil imaginar algún televidente que haya podido sobrevivir y sobrellevar dos horas y ocho entrevistas en paralelo, donde escasearon los espacios de interpelación y de debate en sentido estricto. En rigor, un formato rígido y tedioso, que se acopló paradójicamente bien a la abundancia exuberante de candidatos y a su dificultad para salir de los lugares comunes, del discurso lastimero y la receta fácil.

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Si algún marciano hubiera mirado completo este anti-debate, seguramente habría asumido que Chile vive en el peor de los mundos: un país donde nada funciona, donde todo es injusticia, inequidad y abuso de poder. Es cierto que una elección presidencial es el momento y el escenario propicio para poner sobre la mesa los déficits y los desafíos futuros, pero también es necesario que el relato de país que se refleja en un debate de estas características tenga la sintonía y la capacidad de ilustrar un estado de cosas efectivo, con sus matices y contrastes. Y el debate de anoche no sólo hizo cuesta arriba la posibilidad de la empatía con un discurso excesivamente difuso y muchas veces surrealista, abarrotado de problemas y soluciones aparentemente simples. También, mostró un Chile monocromático, en el cual se vio campear al radicalismo maximalista y donde no logró distinguirse ninguna base de bienestar desde la cual poder seguir avanzando y construyendo el futuro.

<em>Dada esta lógica, es muy probable que la gran diferencia la haya hecho al final la candidata ausente: Michelle Bachelet, que optó por no participar en una puesta en escena donde el país real no estuvo presente y en el que,<strong> seguramente, sus verdaderos protagonistas prefirieron mirar una teleserie o un programa de farándula. </strong></em>

La ausencia de Bachelet se transformó así, en los hechos, en la mejor expresión de un mosaico nacional en el que faltaron los elementos centrales y constituyentes, y donde, salvo una franja muy minoritaria y a la vez muy politizada, puede haber tenido la posibilidad de conectar con lo observado ayer.

En síntesis, un debate que no fue, sobre un país, al final del día, irreal y donde quedó la sensación de que todos los problemas y desafíos pendientes en Chile responden a la mera falta de voluntad de las autoridades. Síntoma elocuente de que, en este reino universal del abuso y las inequidades infinitas, al menos el deterioro de la política alcanza para un reparto más equitativo.

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