¿Debemos tomar en serio a Donald Trump?




Recuerdo, con absoluta claridad, el día en que Barack Obama asumió la presidencia de los Estados Unidos. El 20 de agosto del 2008 fue un día gélido, pero había un sol brillante. Todo era luz y anticipación. Una de las democracias más antiguas del mundo inauguraba como su presidente a un hombre de color, al hijo de un inmigrante africano. Al final, fueron ocho años complejos, de claroscuros, con momentos soñados y con problemas horribles. Ocho años que para muchos terminaron con una enorme frustración.

La llegada de Donald Trump a la presidencia ha generado lo opuesto a la instalación de Obama: hay miedo y perplejidad. Donald Trump inicia su período como el presidente menos popular desde que se tiene memoria.

Pero también hay curiosidad por lo que pueda pasar, por las acciones de este hombre sin precedentes en los anales de la política de los Estados Unidos. Un hombre pragmático, que nunca había ganado una elección -ni siquiera de presidente del curso-, una persona para quien todo es una gran negociación, todo es debatible, incluso los principios más básicos sobre los que descansa la nación. Ha cuestionado la bondad de la OTAN y las buenas relaciones con la Unión Europea; ha hablado bien de Putin y mal de Angela Merkel. Ha criticado a Alemania, sin importarle que sea un país aliado y poderoso. Incluso, puso en duda la política estadounidense respecto de China -política mantenida desde las épocas de Kissinger-, y ha amenazado con desatar una guerra comercial con el gigante asiático.

Desde las elecciones, un sinnúmero de especialistas, encuestadores y gurús han tratado de entender cómo, con una campaña desarticulada y sin mayor organización, Trump logró derrotar a Hillary Clinton, la candidata mejor financiada y con mayores redes de contactos en la historia de la humanidad.

Ahora que es presidente, la pregunta clave es ¿qué va a hacer? ¿Cumplirá con sus promesas?

No tomarlo en forma literal

De todos los artículos escritos sobre Trump durante la campaña, posiblemente el más incisivo fue el de la periodista Salena Zito, publicado en la revista The Atlantic en septiembre pasado. En él, la reportera planteó que había una enorme divergencia entre la visión que tenían del candidato sus partidarios y sus detractores. Los opositores -millones de personas educadas, habitantes de ciudades grandes en las dos costas, gente con ideas progresistas- no lo tomaban en serio, e interpretaban lo que el billonario decía en forma literal. Sus seguidores, de otro lado, lo tomaban en serio -estaban convencidos de que los ayudaría a superar sus penurias-, pero no consideraban sus afirmaciones en forma literal.

Como hoy sabemos, el error más grande de Hillary fue no haberlo tomado en serio. ¡La candidata demócrata ni siquiera hizo campaña en el crucial estado de Wisconsin, el que creía tener ganado!

La pregunta hoy en día no es si debemos tomarlo en serio; la pregunta es si debemos interpretar su oratoria electoral literalmente. ¿Quiso decir lo que dijo o eran frases retóricas? Quizás eran metáforas generales, indicaciones sobre líneas de política, pero no sobre acciones concretas.

La respuesta es mixta. Mucho de lo que el candidato dijo era metafórico, y no hay que tomarlo en forma literal. Por ejemplo, cuando afirmó que iba a construir un muro a lo largo de toda la frontera con México, no quiso decir que construiría, precisamente, una muralla de concreto, o de ladrillos, o de alambres. Lo que quiso decir era que tendría una política mucho más rígida y severa respecto de la inmigración. Lo mismo vale respecto del tema de salud. En la campaña dijo que repelería la reforma de Obama en su totalidad. Sin embargo, no bien fue elegido, aseveró que había muchos aspectos del Obamacare que le gustaban y que mantendría.

Cualquier intento por predecir las acciones de Trump requiere partir de dos premisas simples. En primer lugar, el nuevo presidente ni es un republicano de verdad, ni es un conservador. En lo valórico es bastante liberal. Si bien en la campaña dijo estar a favor de restringir el derecho al aborto, en la realidad es bastante laxo respecto del tema. En segundo término, para Trump todo es revisable. La palabra vale poco, y si las circunstancias cambian, él cambia de opinión y de línea de acción. Según él, este principio es válido para los negocios y para gobernar.

El dólar y lo demás

Para América Latina y para nuestro país, hay cinco áreas de las políticas de la nueva administración que son particularmente importantes: proteccionismo, inmigración, inversión en infraestructura, reforma tributaria y el dólar.

No cabe duda de que Trump usará la amenaza proteccionista como arma de negociación. Ya lo hizo con las compañías de automóviles, y lo seguirá haciendo. Renegociará el Nafta y no habrá TPP. Su objetivo es detener la pérdida de empleos industriales. Estas políticas tendrán un impacto feroz en México y un efecto parcial en Brasil, pero no afectarán a Chile; no exportamos manufacturas.

En inmigración será más severo, pero no habrá deportaciones masivas. Una pregunta importante es si la política de visas respecto de Chile sufrirá cambios. No lo creo; al menos no en los primeros años. Después, no lo sé, para él todo es revisable, incluyendo los acuerdos con una angosta y larga franja de tierra.

Durante la campaña, Trump prometió un gran esfuerzo de inversión en infraestructura. La esperanza de que esto suceda ha tenido un impacto en los precios de las materias primas, incluyendo el cobre. Sin embargo, este es un tema en el que veremos mucho menos que las promesas. Entre otras cosas, se requiere que el Congreso apruebe mayores gastos, y hay un enorme número de republicanos que objetan cualquier expansión fiscal. Es posible que se activen las concesiones, pero será menos amplio de lo prometido.

La reforma tributaria es, posiblemente, lo más interesante. Ahí hay apoyo del Partido Republicano y del presidente de la cámara, Paul Ryan. El plan es bajar la tasa de impuesto al 20%, y cambiar la base impositiva en forma radical. El resultado sería una especie de impuesto al valor agregado, con una adición: un ajuste en la frontera de las importaciones y exportaciones. Esta medida tiene visos proteccionistas -encarece a las importaciones y tiende a subsidiar las exportaciones-, y posiblemente contravenga las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Esta reforma haría que EE.UU. se transforme en un lugar muy atractivo para instalar empresas, y posiblemente afecte negativamente a la inversión directa en América latina.

¿Y el dólar? Hace tres días, Trump afirmó que no le gustaba la política de todos sus antecesores sobre el "dólar fuerte." Dijo que en vez de fuerte debe ser "competitivo", y que debiera bajar de valor. Desde luego, un dólar más débil significa un peso chileno más fuerte. Quizás, después de todo y en contra de muchos pronósticos, veamos un peso fortalecido, un peso encumbrado por "el efecto Trump".

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