Desestabilización regional y armamentismo: las replicas del sismo nuclear




La última prueba nuclear de Corea del Norte del domingo pasado constituye el más serio desafío a la sociedad internacional de Estados por parte Pionyang, desde  la crisis inaugurada el 4 de julio último, signada por el lanzamiento de un misil balístico intercontinental norcoreano, en teoría con capacidad de alcanzar  las costas de Alaska. Después de dos meses se ha subido otro listón en una escalada de tensión que como las tragedias griegas amenaza con arribar a un punto de no retorno: que todos declararan no desear, pero al que todos los derroteros tomados parecen conducir.

Los dos sismos registrados por los instrumentos de medición corroboraron otro salto cualitativo de la industria militar de Corea del Norte que ha superado la barrera psicológica de las bombas atómicas de primera generación para pasar a la era termo-nuclear, haciendo gala de haberse hecho de un artefacto de hidrógeno, independiente que no todos los expertos coincidan en que realmente lo posea. Es que lo que realmente importa es la constatación que los programas de Corea del Norte para fabricación de misiles de medio -largo alcance y de desarrollo nuclear avanzan a una vertiginosa celeridad que muchos no calculaban. El hermético estado norcoreano pretende doblegar al miedo inoculado por los bombardeos norteamericanos en la Guerra de Corea (1950-1953) que llevó incluso al general Mac Arthur a considerar usar por tercera vez la bomba atómica sobre Asia, después de los horrores de Hiroshima y Nagasaki. La magnitud de este test nuclear es para Pionyang una garantía de sobrevivencia para su régimen que a través de su ideología Juche glorifica la autosuficiencia, pero también la del propio joven autócrata que obtiene las credenciales para estar a la altura de sus antecesores, y particularmente su abuelo Kim Il Sung, el Presidente Eterno de la República de Norcorea.

Kim Jong Un exige un trato igualitario por parte de los Estados nucleares sin más. Una mala noticia para el proceso sexti partito, que antes de ser desahuciado incluía además de Corea del Norte, su vecina del sur, Japón, China, Rusia y Estados Unidos. Pionyang ha replicado drásticamente al Presidente Trump sobre la base del equilibrio del terror que se sustenta en la doctrina de destrucción mutua asegurada entre dos estados poseedores de armas nucleares lo que "inhibiría" el intercambio de fuego atómico (a pesar que las 30 ojivas nucleares son inferiores a las 6.800 que dispone Estados Unidos). Sin embargo, con el último ensayo nuclear se contribuyó a desestabilizar la zona. Desde luego porque China está obligada, mediante un tratado de protección de los años sesenta del siglo XX , a defender Corea del Norte en caso de ataque, dado que lo que no está dispuesta es a dejar desaparecer a la autocracia de la Corea septentrional. Lo anterior podría alentar una potencial reunificación de la península coreana con Seul como centro articulador y bajo la egida norteamericana. Y Beijing jamás consentirá tener a Estados Unidos en la puerta de su casa.

Desestabiliza porque en caso que Washington no de prueba de voluntad de defensa a sus aliados regionales, las estridentes promesas del Presidente norteamericano de "Fuego y Furia" contra Norcorea podrían quedar como simples bravatas, impulsando en un "efecto cascada" a Seul y el propio Tokio para moverse en dirección a una armamentismo desatado. El Presidente sudcoreano Moon Jae in, que accedió al poder con un discurso de diálogo hacia su vecino septentrional, ha girado hace pocas semanas a una política de mayores sanciones económicas sobre su vecino, reforzando simultáneamente sus capacidades defensivas al autorizar que se complete la instalación de escudos antimisiles norteamericano de sistema THAAD. Lo anterior fue complementado con el lanzamiento de un misil balístico y de proyectiles eyectados por cazas F-15, después de la detonación norcoreana.

Japón en tanto estaría evaluando modificar sustancialmente el artículo 9 de la constitución nipona, que impedía el carácter ofensivo de sus fuerzas armadas. Y con ello azuzaría los fantasmas  chinos que recuerdan con recelo el Japón imperial de siglo XX que invadió su territorio.

Las diferencias posturas fueron galvanizadas en la última sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del lunes 4 de septiembre: No hay acuerdo excepto en la condena general a la prueba nuclear norcoreana. De hecho se dibujaron dos polos claros: Mientras el eje de potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos más Gran Bretaña y Francia, exigió elevar el régimen de sanciones económicas hasta estrangular la deteriorada economía norcoreana, sin descartar la vía militar (como lo declaró la representante de Washington ante el foro "la paciencia tiene un límite"), el dueto de China y Rusia deploró el ensayo atómico, al tiempo que llamó al diálogo para evitar una guerra en la península. Beijing, quizás el único estado con cierta influencia sobre el casi impermeable gobierno norcoreano, pretendió eludir la imposición de un bloqueo económico total sobre Corea del Norte que probablemente significaría el cambio del status quo regional que no admite.

Pionyang está consciente de aquello y precisamente por eso podría ejecutar una nueva prueba de misiles intercontinentales en los próximos días. Elevar la apuesta significaría arrojarlos sobre las proximidades de las aguas internacionales que circundan Guam, territorio bajo administración norteamericana que si se convierte en un blanco, equivaldría a una declaración de guerra para Estados Unidos.

En estos días la península coreana recuerda en alguna medida a la crisis de los misiles de 1962, cuando en Cuba, separada por escasos 150 kilómetros de las costas de Florida, fueron instaladas bases y lanzaderas misilísticas de medio alcance. En la ocasión y después de los 13 días en los que el mundo contuvo el aliento, anta le posibilidad cierta de una tercera conflagración global, nos queda la ductilidad, en medio de la crisis, de una diplomacia discreta que combinó determinación en la defensa de los intereses con el reemplazo de la doctrina de la represalia masiva por la respuesta flexible. Los Estados Unidos de hoy en cambio ha abogado desde el ágora de la Nueva York por acciones contundentes. La mayor amenaza que se cierne, sin embargo, es que la diplomacia sea definitivamente superada.

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