Detrás de la Parada




HAN PASADO 25 años desde que recuperamos nuestra democracia y no sin dificultad hemos aprendido de la historia. Cuando celebramos un aniversario más de nuestra independencia, las Fuerzas Armadas ya no son un motivo de disputa política y, en general, las miramos con esa serenidad propia de aquel que contempla un patrimonio que le pertenece a todos por igual. Y es justamente en este contexto de mayor reposo donde afloran algunas tareas pendientes en orden a consolidar el proceso de normalización y modernización de nuestras instituciones militares.

El primero, y probablemente el más simbólico, se refiere a una de las fuentes de financiamiento. Pese a la celeridad que se le imprimió en administraciones pasadas, hoy reposa en el Congreso la iniciativa que pondría término a la ley reservada del cobre, la que, como sabemos, entrega el 10% de las ventas de Codelco a las Fuerzas Armadas. Más allá de los cuestionamientos democráticos e incluso geopolíticos que podrían formularse, uno de los mayores reproches apunta a la irracionalidad en la forma de distribuir y posteriormente gastar dichos recursos. Simplemente para graficar lo absurdo de la actual situación, ¿se imagina usted que el gobierno entregara igual cantidad de dinero a todos sus ministerios, sin importar las prioridades de cada uno de ellos?

Lo segundo, y muy relacionado con lo anterior, apunta a la urgencia de contar con una mirada integral en el procedimiento de gasto y muy especialmente referido a la compra de armas. Pese a los importantes avances que significó la creación del Estado Mayor Conjunto, no existe un sistema que permita evaluar de manera más objetiva -con las especificidades propias de lo estratégico y militar- cuáles son las prioridades bélicas y disuasivas en las que el país debe invertir. Sin ir más lejos, la excesiva autonomía de cada rama para tomar estas decisiones no sólo ha generado incompatibilidades tecnológicas y operativas, sino también fue una constante fuente de corrupción en el pasado.

Por último, creo indispensable se aborde de una vez por todas el tema de la carrera militar. Comparado con otros países, los miembros de nuestras Fuerzas Armadas tienen una corta vida profesional, la que perfectamente podría extenderse sin gran variación de los recursos involucrados, ajustando la forma de promoción, junto con modificar los grados y escalafones. Destinamos mucho dinero para formar profesionales con una muy específica calificación y, al mismo tiempo, aprovechamos muy poco dicha inversión. Todo lo cual, nunca está demás recordarlo, reditúa en los costos previsionales de un grupo altamente privilegiado a la luz de lo que ocurre con el resto de la población.

En definitiva, habiéndose superado buena parte de los dolores y resquemores del pasado, me parece que es un buen momento para discutir éstos y otros temas, en el marco de un debate abierto, con menos prejuicios, relevando la importancia de nuestros estamentos armados, pero también insertos en las deliberaciones propias de una democracia.

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