Diagnóstico y convicción




SI alguien todavía tenía alguna duda sobre lo que estuvo haciendo Michelle Bachelet durante sus casi cuatro años fuera de Chile, ayer habrá tenido la respuesta final. La extensa cadena de reformas que anunció en su primera cuenta a la nación sólo pudo ser construida después de elaborar un diagnóstico consolidado acerca del estado de la sociedad. Por supuesto, como la misma Presidenta dijo, muchas de las medidas no estructurales surgieron del contacto con la gente durante las campañas de primera y segunda vuelta. Pero lo esencial nace del diagnóstico.

Es inevitable preguntarse hasta qué punto ese diagnóstico -que ocupó la parte inicial del discurso y que puede traducirse gruesamente en crecimiento con descontento- no forma parte del grado de frustración que Michelle Bachelet pudo sentir al terminar su gobierno anterior. Ese sentimiento explicaría su voluntad de volver a La Moneda y le proporcionaría a esta segunda gestión una épica propia, que en la primera se limitó a construir la red de protección social y no pudo, en cambio, responder a la inquietud social.

El cambio de prioridad en favor del descontento en lugar del crecimiento (o al cambio en vez del modelo, que es más o menos lo mismo) guarda una inevitable familiaridad con las posiciones que sostuvieron a fines de los 90 los llamados "autoflagelantes" de la Concertación, la primera señal de que el desacuerdo estaba entrando en la casa de la coalición más poderosa de Chile. Eso también puede explicar el desplazamiento total de los que en aquel debate adoptaron la posición "autocomplaciente", iniciado en el 2006 y ejecutado hasta la raíz en las semanas pasadas.

Algo de esto parecía estar presente en la comodidad y la seguridad de la Presidenta mientras anunciaba algunas de las reformas más atrevidas de los últimos 40 años. También es notorio que esas transformaciones desbordan el período de su administración, un aspecto que sugiere la voluntad de que la Nueva Mayoría prosiga en el gobierno más allá del cuatrienio, mientras reduce al gobierno de Piñera a un paréntesis poco menos que imaginario.

El discurso de Bachelet no es inédito por sus contenidos -que en general fueron poco más que una confirmación pormenorizada del programa-, sino por la afirmación de una idea de Chile que no había mostrado tanta convicción, quizás, desde los años 60.

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