Educación de calidad




A NUESTRAS AULAS en la Universidad de Chile llegan relativamente pocos estudiantes provenientes de familias de bajos recursos. Los estudiantes cuyos hogares están entre el 20% más rico están muy sobre representados en nuestro estudiantado. Esto ocurre no obstante los enormes esfuerzos que se han hecho en la Universidad en pos de la equidad tales como abrir cupos especiales, acompañados de programas de tutoría, para jóvenes procedentes de escuelas municipales o particulares subvencionadas. Mi Facultad ha lanzado un proyecto especial -la Escuela de Desarrollo de Talentos- para mejorar la probabilidad que estudiantes de escuelas técnico profesionales ingresen a buenas universidades. Me referiré a este experimento en mi próxima columna.

Es que los jóvenes pobres no llegan a la universidad porque la formación que reciben en etapas anteriores es de muy mala calidad. Esto es ampliamente conocido, pero no vemos que se esté haciendo el enorme esfuerzo por emparejarles la cancha a la mayoría de nuestros jóvenes, que implicaría comenzar con un serio esfuerzo de mejorar la calidad de la educación preescolar y escolar. Nuestros jóvenes, al salir de la educación media, leen poco o nada, no comprenden bien lo que han leído y no son capaces de tener un juicio crítico sobre la información que reciben. Su formación en matemáticas es también pobre, su acervo cultural bajo. Sus costumbres y maleabilidad frente a sus pares no contribuyen al aprendizaje.

El trabajo de reformar la educación preescolar y escolar es complejo, y va mucho más allá de traspasar a las escuelas desde los municipios al Mineduc. Se requiere una verdadera revolución, pero no una que va a ocurrir en un día sino que va a demandar mucho esfuerzo y mucha buena voluntad.

¿Cuáles son las características que deberían primar en una educación de calidad en nuestras escuelas públicas? En primer lugar, inculcar en los niños desde el primer día el amor por aprender, descubrir y crear. Nada es más gratificante que adquirir un nuevo conocimiento, ser capaz de tener una mirada crítica hacia lo que se lee, el placer de una gran novela. Leer, leer y leer. Segundo, enseñar el sentido de las matemáticas y mostrar que pueden ser más entretenidas que los juegos electrónicos. Tercero, importan no solo las materias a ser controladas en las pruebas Simce o PSU. Las habilidades blandas son fundamentales: la perseverancia, el trabajo en equipo, buenos hábitos de estudio, la capacidad para postergar gratificaciones inmediatas, el autocuidado del cuerpo y de la mente, la valentía de no dejarse llevar por presiones grupales.

Todo esto requiere de un profesorado que enseñe más que materias, que sean una encarnación de lo que se quiere para el egresado de la educación media. Algo se ha avanzado con la reforma al estatuto docente. Pero hay que hacer mucho más. Es indispensable contar con más y mejores facultades de educación y atraer a jóvenes motivados a sus aulas. A riesgo de caer en lo sentimental, diría que nuestra educación preescolar y escolar necesita a personas que hagan la pega de profesores con mucho amor.

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