El G-20 del Zar Putin




Las cumbres interesantes son aquellas en las que el asunto que las convoca tiene poco que ver con el asunto que las domina. Y son más interesantes aun cuando la prensa confunde lo que parece que las domina con lo que las domina de verdad.

El asunto oficial de la cumbre es el crecimiento económico (que un informe confidencial del FMI, rectificando sus previsiones anteriores, dice ahora que vendrá estimulado por los países desarrollados pues los emergentes están en crisis). El asunto que parece que marca la reunión es la crisis de Siria. El verdadero asunto es el neozarismo ruso, que quiere decir, por ahora, el papel de Putin en el mundo.

Obama está muy solo, es evidente, en su guerra con Siria. Una guerra, hay que decirlo, que él trató de evitar durante dos años y en la que no tiene el corazón. Apenas tres participantes del G-20 -Turquía, Francia y Arabia Saudita- respaldan el casi seguro bombardeo. Pero el encogimiento del liderazgo de Estados Unidos a proporciones más limitadas no es novedad, como no lo es el aumento del aislacionismo en el Partido Republicano, un retorno ideológico propugnado por la rama libertaria de dicha organización a antecedentes históricos como el "Comité America First" que se opuso al ingreso en la Segunda Guerra Mundial y figuras como el legendario Senador Taft. Todo esto, que explica las dificultades enormes de Obama para vender la guerra a su auditorio doméstico, lleva ya cierto tiempo.

En cambio, la reconstrucción de un espacio de dominación geopolítica por parte de la Rusia neozarista ha dado un novedoso salto cualitativo a partir del enfrentamiento tan frontal de <strong>Putin con Obama usando a Siria como pretexto, sin atisbo de escrúpulos por las atrocidades de Assad.</strong>

Rusia está obsesionada con forzar, empleando los métodos más agresivos, a las ex repúblicas soviéticas a ingresar a su Unión Eurasiática. Ucrania y Bielorrusia soportan un acoso feroz por ello, y Moldavia ya empieza a sentir presión. También quiere preservar una influencia en Medio Oriente, donde Siria es una pieza clave para él, que sirva a la vez para vender armas, proyectar su poder más allá del mundo eslavo y prevenir el avance del jihadismo, que supone un riesgo interno, sobre todo en el Cáucaso del Norte. Por último, quiere seguir gravitando sobre la economía europea a través del chantaje del gas, que hasta ahora ha sido eficaz pero del que los europeos tratan de zafarse apuntando a distintas alternativas.

Enfrentarse a EE.UU. por Siria ayuda a Putin en todos estos frentes, en algunos casos directamente y en otros indirectamente. Y tanto mejor si, como Moscú sabe bien, Estados Unidos está en manos de un Presidente que se acerca al inevitable período del "pato cojo", con una base demócrata algo decepcionada y una oposición conservadora envalentonada, en el contexto de una crisis que no acaba de ser superada.

Hace unos días, Obama se burlaba abiertamente de Putin diciendo que lo veía "desgarbado, como un chico aburrido al fondo de la clase". Se equivocó: Putin es el matón que se sienta cerca del profesor y lo desafía para avisar a la clase que a partir de ahora el poder en el aula está repartido. La cumbre del G-20 de San Petersburgo, con un Putin saboreando el aislamiento de EE.UU. a propósito de la intervención militar en Siria, tiene ese preciso significado.

La soberbia con que Putin mostraba ayer el reconstruido Palacio Konstantinovski a los participantes del G-20 era el de un emperador.

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