El 'legado' de Piñera




En una reciente entrevista, el ministro Andrés Chadwick sostiene que el principal legado del gobierno de Piñera será la posición asumida por el Primer Mandatario para los 40 años del Golpe Militar. Y es verdad: el quiebre moral que esa postura significó al interior de la derecha marcará sin duda un antes y un después, destinado a tener hondas repercusiones en el reordenamiento futuro de dicho sector, y en la transición general hacia aquello que hoy se denomina el 'nuevo ciclo' político.

De alguna manera, Sebastián Piñera comenzó a derribar durante su período ese muro infranqueable que durante varias décadas dividió a la sociedad chilena entre partidarios y opositores al régimen militar. Una fractura profunda que no sólo fue política, sino principalmente sociocultural e identitaria, y que en tiempos de la dictadura nos llevó incluso a cantar estrofas distintas del himno patrio. Ese Chile dividido por interpretaciones antitéticas sobre el pasado reciente tuvo en la figura de Sebastián Piñera su primera gran aporía histórica: un candidato del No que representó a las fuerzas políticas del Sí, y que envés de gobernar buscando atenuar dicho contraste, decidió extremarlo. En rigor, eso fue lo que buscó al imputar a su sector responsabilidades como 'cómplices pasivos' de las violaciones a los DD.HH., y al decidir cerrar el Penal Cordillera, símbolo de los privilegios pactados durante la transición para los principales responsables de los crímenes cometidos.

Difícil es saber cuánto de diseño o de simple sentido de oportunidad hubo en este posicionamiento, cuyas implicancias fueron y seguirán siendo decisivas para una derecha que se ha visto moral y culturalmente derrotada por la incapacidad de asumir sus responsabilidades históricas. En el fondo, Piñera no dejó espacio para la ambigüedad o el silencio, contribuyendo con ello a instalar la ruptura en su propio sector, y forzando la irrupción de las diferencias que hoy tienen al oficialismo sumido en una crisis y un reordenamiento interno. Un proceso que tarde o temprano iba a ser inevitable y necesario, y que con seguridad tendrá repercusiones aún más profundas el día ya cercano en que el sistema binominal termine por pasar a la historia.

Paradójicamente, el aporte de este 'legado' coincide ahora con un nuevo quiebre: el de los consensos sobre el modelo económico y social construido desde el inicio de la transición democrática. Así, Chile vive hoy una mayor convergencia en la valoración crítica del régimen militar, junto a una divergencia emergente respecto del país que se ha construido en los últimos 30 años. Y de modo paradójico también, fue el gobierno de Piñera el gran catalizador de ambos procesos, el de una 'lectura' más transversal respecto de la significación histórica de las violaciones a los DD.HH., y el del debilitamiento de los pactos fundacionales que desde 1989 sostuvieron 'el modelo' institucional y de desarrollo económico.

Al final del día, el gobierno de Sebastián Piñera fue en sí mismo una transición: hará posible el arribo de una nueva generación de centroderecha verdaderamente 'no pinochetista', y puso punto final a los acuerdos sobre el tipo de sociedad en el que queremos vivir. Ahora, a partir de esta convergencia, los disensos y las legítimas opiniones que los chilenos deberemos contrastar en materia tributaria, constitucional o educativa, tendrán afortunadamente mucha más relación con el futuro que con el pasado. Y esa es una herencia que posee, por sí sola, un valor democrático indesmentible.

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