El ocaso de Bachelet




Desde 2012, la época en que terminaba la cuenta larga del calendario maya, se habla, en Chile, del cambio de ciclo. La centroderecha había ganado las elecciones presidenciales, los estudiantes volcándose a la calle y el malestar alcanzaba diversos modos de expresión social. El Bicentenario nos encontraba en una situación parecida a la del Centenario: irrumpían nuevos grupos sociales -en 1910, el proletariado; en 2010, clases medias-, frente a una institucionalidad política y económica con signos de obsolescencia y una clase dirigente con visos oligárquicos.

Las crisis políticas no son necesariamente caos político, y de las honduras del acervo nacional parecen emerger renuevos. Pero estamos en medio del parto: una época no se resigna a morir y la era naciente aún no logra imponerse.

La Nueva Mayoría da estertores. La estridente voz nerviosa de Guillier, sus frases hechas, sus soluciones triviales, sus extrañas propuestas, vienen a expresar el nivel en el que cayó la otrora pujante alianza. El grueso de la tropa va, estoica, camino al fracaso. Goic intenta abrir rumbos en una estrecha senda que no se ensancha. En la centroderecha vegeta, todavía, gran cantidad de dirigentes de época -de otra época-, diseñados para discutir con Zaldívar o Enrique Correa, cuanto más para evocar los fantasmas de "la izquierda de siempre", pero incapaces de entender lo que está pasando, qué significa un país que se ha salido de los ejes de la transición.

En medio de esta trama nacional, viene a hacer aparición en escena la reina de la baraja de la política chilena, la gran ausente de su gobierno, la responsable del estancamiento de la economía -la olla de la que comemos-, la negligente desentendida de un proceso constituyente desvirtuado, la desafectada agente de una reforma a la educación superior que compromete el destino de sus mejores universidades.

Irrumpió en un programa de preguntas suaves, haciendo una autodefensa de su dudoso legado. La abogada de sí misma se mira y dice de sí con una complacencia desmentida por la vista nerviosa y la modulación incierta. Pretende ser, todavía, causa eficiente de algo. Intenta desconocer los fenómenos políticos que la rondan. El Frente Amplio es, en su mente, bravata de hidalgos. La centroderecha, entelequia parecida a una banda de maleantes, cuya fijación radicaría en detener el avance de la historia. Pingües proyectos de ley mal formulados, peor ejecutados, remedos de discurso radical pegoteado con vieja Concertación; el producto de la gestión destartalada de un cúmulo de ministros que se mecen en las aguas de la ignorancia y la frivolidad, ¿eso es el avance de la historia?

Con sus apariciones Bachelet viene a refrendar su propio ocaso, a ser la ayudista del fin de época, a poner la firma de su escasa significancia. Pues ocurre que son esos mismos muchachos del Frente Amplio, esos "hijas e hijos de" (y como si ella no fuera algo parecido) los que, al lado de otras hijas e hijos de, en la centroderecha, ya están dando pasos, algunos de ellos firmes, ya han aguzado la vista y se encuentran inmersos en procesos de reflexión y renovación discursiva y práctica respecto de los que ella dejó de estar, hace rato, en condiciones de entender.

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