El precio pagado




EN LA campaña electoral de 2013, nadie dudaba de la victoria de Michelle Bachelet. Los candidatos a parlamentarios lucían su foto con ella y estaban convencidos de que el país iba a vivir grandes momentos. La alta votación conseguida por Bachelet en segunda vuelta, más la mayoría lograda en el Senado y la Cámara, generaron un cuadro propicio para la euforia. Qué distinto es todo hoy. ¿Qué pasó en apenas cuatro años? Muchos parlamentarios oficialistas, angustiados por la posibilidad de no ser reelegidos, no terminan de entenderlo.

Las cosas fueron como Bachelet quiso que fueran: dar vuelta la página de los gobiernos de la Concertación y virar a la izquierda, hacia una variante de neoestatismo. Ella bendijo la formación de un nuevo bloque, cuya mayor novedad fue la incorporación del Partido Comunista, que había sido opositor de los gobiernos de la Concertación y con el cual Bachelet tenía una relación antigua. Se configuró así un intento de reescribir la historia: la transición podría haber sido "más profunda" si se hubieran seguido las pautas revolucionarias, sin tanto consenso. Y como la campaña del 2013 coincidió con el 40° aniversario del golpe de Estado, las proclamas de esos días dieron a entender que las grandes alamedas se iban a abrir por fin con la Nueva Mayoría.

El rumbo, el programa y el gabinete respondieron a la visión de Bachelet. La entrada del PC al gobierno reforzó el discurso autoflagelante y redentorista que bullía en el PS y el PPD, en cuyo seno se había extendido la creencia de que las marchas estudiantiles eran el anuncio de una nueva era. De este modo, pasaron a primer plano los clichés anticapitalistas característicos del izquierdismo que llevó a Chile al desastre en 1973. Ello se expresó en el discurso puritano contra el lucro y el mercado; la reforma tributaria con mala cara hacia los empresarios; la obsesión por sacar a los sostenedores privados de la educación; el criterio arcaico sobre el rol del Estado (p. ej. que los privados no construyan hospitales públicos); y por cierto las ínfulas refundacionales del llamado proceso constituyente.

El país perdió dinamismo, se contrajeron el crecimiento y la inversión, el igualitarismo no trajo más igualdad, la improvisación contaminó las políticas públicas y surgió un gran interrogante respecto de hacia dónde iba Chile. O sea, las fuerzas de centroizquierda despilfarraron el capital de credibilidad ganado durante 20 años.

Nada es gratuito. No habrá un segundo gobierno de la NM. Y tampoco habrá NM. En tales circunstancias, la decisión de la DC de reivindicar su independencia y competir en noviembre es observada con interés por mucha gente que quiere seriedad y sentido nacional en los asuntos públicos para que el país progrese de verdad.

Las coaliciones permanentes tenderán a desaparecer. Es un efecto benéfico del sistema electoral proporcional. El suelo se está moviendo bajo los pies de todos los partidos. Ojalá se oxigene nuestra vida política y se genere un clima que favorezca la racionalidad democrática y los grandes acuerdos.

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