El vaso medio lleno




Guardaba una confiada esperanza de que la Presidenta electa, Michelle Bachelet, nos sorprendería con el nombramiento de su gabinete. Ya lo había hecho y con holgura el verano de 2006.

Se escribía a raudales previo a ese gabinete que les tocaba el turno a los partidos. Desplazados por la alianza tecnopolítica que había gobernado en los tres gobiernos anteriores, con el eje PS-Mapu-DC roncado en la transversalidad, la primera mujer presidenta de Chile, que además venía de una tendencia desplazada del mismo Partido Socialista, no tenía más alternativa que entregarse a los jefes de los partidos de la coalición de entonces.

La sorpresa fue mayúscula cuando optó por un gabinete enteramente novedoso, técnico en extremo, como jugando al póquer: "Tus 100 y 200 más". Con el tiempo, aunque tuvo que hacer ajustes en el gabinete político, redobló la apuesta, elevando a su entonces ministro de Hacienda al cargo de hecho de "Primer Ministro", defendiéndolo contra los más severos ataques en los dos primeros años.

En esta ocasión, la presidenta electa también sorprendió. A juzgar por los titulares del debate público, aquí se cuestionaba y renegaba de todo. Una de dos, o el nuevo gabinete se componía de desconocidos dispuestos a cambiarlo todo, o bien de conocidos conversos, arrepentidos de su trayectoria política anterior. Pareciera que la presidenta está dando un mensaje distinto.

En primer lugar, el nuevo diseño del gabinete político quiebra con el diseño anterior que tenía ministros políticos permanentemente expuestos a oscuras fuerzas del Segundo Piso, de confianza del presidente, fusibles permanentes para administrar las relaciones con los partidos de la coalición. En el nuevo diseño, la presidenta se la juega por sus hombres de confianza. Cuando hable el ministro Peñailillo o el ministro Arenas o el ministro Elizalde o la ministra Blanco, es ella quien habla. Si a los partidos no les gusta, les recordará que volvieron al gobierno porque ella aceptó volver, cambiando su plan original, porque ellos no fueron capaces de generar una alternativa.

Los dirigentes del movimiento estudiantil del 2011 están en el Congreso y el Partido Comunista en el gobierno. Este último deberá evolucionar al pragmatismo que le conocimos antes de la dictadura, esto es, ayudar a contener las demandas estudiantiles de la calle, o se quedará sin nada de lo cosechado en todos estos años. Se avanzará en todo lo que se pueda en la reforma educacional, pero que se acuerden del "consolidar para avanzar", puesto que todos sabemos adónde nos llevó el "avanzar sin transar". El ministro y la subsecretaria de Educación dan peso político y sustancia técnica a la más importante reforma del próximo gobierno. El mismo ministro que ejecutó el CAE en el gobierno de Lagos desde Hacienda es el llamado a desandar ese proyecto iluso de endeudar a las familias con "spread" bancario de por medio, que segmentaba en dos a los estudiantes universitarios.

Por peso político y experiencia, es la persona indicada para avanzar hacia la mayor gratuidad posible para los que más lo necesitan. En esto, si el ministro Eyzaguirre es un converso, entonces todo Chile lo es. Se trata de desandar la mayor torpeza del gobierno de Lagos. Además, todos sabemos que la gratuidad total es como una asíntota algebraica: podremos acercarnos, pero nunca llegaremos a ella. Terminaremos expandiendo la gratuidad, reduciendo las deudas de las familias más esforzadas, pero no pagaremos la educación de los más ricos. No hay espacio para más torpezas en educación.

Finalmente, la defensa de la subsecretaria Peirano es la primera prueba que tienen la presidenta y su gobierno incluso antes de asumir. De ejercer autoridad, de dejar en claro quién tiene el mandato para dirigir al país, que el nuevo diseño es mejor que el anterior. El vaso está allí, mitad lleno, mitad vacío. Corresponde entregar al nuevo gobierno el beneficio de la duda y observar con optimismo la mitad llena.

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