Entre los debates y la franja




Contra el tiempo se tramita un proyecto de ley que establece una franja televisiva para las inminentes primarias presidenciales. Todo para lograr unos minutitos, sin pagar, y aparecer en las pantallas por unos días antes de la votación.

El vértigo se apodera de nuestros políticos cuando buscan algo que los favorece. No se ruborizan siquiera: no sienten la necesidad de justificar por qué mientras otros proyectos de ley duermen por años, éste tiene tramitación exprés y sesiones especiales. Será una operación comando contra el tiempo ponerlo en práctica, pues todo deberá suceder dentro de los próximos cinco días, incluido un pronunciamiento del Tribunal Constitucional. En qué momento producirán el material los candidatos que no tienen algo hecho, o cómo los canales se coordinarán y resolverán los variados problemas de insertar una súbita franja en su programación. Sin conocer el detalle de todo esto, cabe suponer que preparar algo serio toma al menos un par de semanas.

Recordemos -ya como anécdota- que las franjas obligatorias (auténticas cadenas) son contrarias a la libertad de expresión que garantiza la Constitución. Pero eso a quién le importa, la Carta Fundamental ya fue declarada ilegítima por ser contramayoritaria. La mayoría (interesada) se pone de acuerdo y los canales tienen que acatar. Así es la mayoría. Como ya se hizo una vez en 1988 en circunstancias muy distintas, y aunque hoy casi nadie la ve, no hay reclamo posible. No estaban previstas en la legislación original de las primarias, que tuvo que ser modificada para corregir errores. Ahí se introdujo una indicación, ajena a las ideas matrices del proyecto, que causó furor. Entonces, el gobierno para aprobar los perfeccionamientos necesarios, se comprometió a mandar un proyecto de ley urgente y en eso estamos.

Lo paradójico es que realizar primarias es voluntario, como también es ir a votar en ellas, pero hacerlas da  origen a imposiciones a terceros: los canales de televisión y los sorteados como vocales (que se les pague "algo" no basta, porque debe ser suficiente para que quieran hacerlo). De forma que un acto voluntario y llamado a motivar la participación ciudadana, que debió ser interno, genera obligaciones y cargas para otros, no para quienes serán parte (los menos). Es fácil entonces diseñar cualquier perfeccionamiento institucional: a costa de los demás.

Más paradójico aún es que mientras tanto, los políticos desaprovechan el espacio televisivo amplio de que buenamente disponen: los debates. En el reciente debate, los candidatos de la Concertación proclamaron que lo cambiarán todo (lo que ellos mismos hicieron durante 20 años) y no explicaron cómo se haría o por qué no se hizo antes, ni nada (salvo Andrés Velasco, que tuvo la valentía de oponerse). ¿Lo harán en la franja que exigen? No, la quieren para exhibir escenas encantadoras, no para informar a la ciudadanía o definirse, que es lo incómodo de los debates.

No más candidatos en las pantallas sin precisar nada y eludiendo todo. Con algo de suerte burocrática (estamos en Chile), el proyecto se demorará y no tendremos que soportar otro tanto en una franja impuesta precisamente a la hora que queremos ver televisión tranquilos.

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