Escribir o ahogarse




EN UNA entrevista publicada en estas páginas, el historiador Gabriel Salazar lamentaba que no existiera un think tank de izquierda. Cuando señalaba que se ha perdido el espíritu que tenían las ONG, inmediatamente uno recuerda que solo en la Flacso trabajaban Brunner, Garretón y Moulian. Este último, recordemos, escribió el libro más influyente de la transición: Chile actual, anatomía de un mito. Hoy los intelectuales, aunque estén en una universidad del Cruch, dejaron de ser públicos. Están consumidos en una carrera personalísima, cuyo campo de batalla es el de las revistas indexadas. 

En la derecha han aparecido un par de centros de pensamiento en los últimos años, pero basta escuchar a su candidato presidencial para saber el peso que las ideas tienen en el sector. Para Piñera todo se reduce a la dimensión económica, como si los temores y sueños que cada uno anida en lo más íntimo fueran siempre una cuestión de crecimiento o productividad. La política vista como la encargada de darle forma a las expectativas y deseos de la gente es algo por completo ajeno a su discurso.

Leyendo En el café de los existencialistas, un libro excepcional de Sarah Bakewell sobre el movimiento filosófico más influyente del siglo XX, es imposible no maravillarse con la pasión con que Camus, Sartre, Simone De Beauvoir, Arthur Koestler, Hannah Arendt o Raymond Aron discutían en los medios de comunicación y en coloquios universitarios sobre conceptos como libertad y compromiso.

Sartre, el más radical de todos, llegó a decir que había que "escribir o ahogarse", expresión que cristaliza buena parte de sus ensayos contingentes. La revista Les Temps Modernes fue el escenario de un debate álgido producido desde mediados de los años 40, cuando Europa estaba en el suelo y, por lo mismo, estaba todo por hacerse (y pensarse). Pero las polémicas se sucedieron en el tiempo, a propósito de la guerra de Corea, de la independencia de Argelia o de las invasiones soviéticas a Hungría y Checoslovaquia.

Lo que queda, más allá de lo erradas que hoy se ven algunas posturas, es la pasión por captar la densidad de la vida y la voluntad de formular las preguntas que incomodaban al poder y que, sin duda, inquietaban a los ciudadanos en lo más profundo de su ser. Interrogarse, por ejemplo, qué somos y qué deberíamos hacer. O preguntarse qué efecto tiene una determinada política pública para los menos favorecidos. O si es justificable una guerra en nombre de un ideal (llámese comunismo o democracia).

Son preguntas que están a la base de la libertad individual y que trascienden el contexto histórico en que se desplegó el debate de los existencialistas. La noción de privacidad, por ejemplo, nunca había sido tan vulnerable como ahora. Lo mismo ocurre con la necesidad de tener el control de la propia vida más allá de las alternativas de consumo. Sería bueno escuchar a nuestros intelectuales referirse a fenómenos a los que nos vemos enfrentados día a día y que, desde luego, también debieran formar parte del gran relato político de las fuerzas en pugna.

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