Con ese discurso, ¡váyase!




Llegó con un discurso rayano en la rebeldía y termina con uno sosegado lindante en la capitulación. La historia de Colo Colo, ése del emblema mapuche, o araucano, como los llamaron los españoles, es de lucha e inteligencia. Pablo Guede, usted no sabe adonde llegó.

¿Se preguntó dónde estoy? El que no lo hace es un inepto. Colo Colo, aunque lo parezca, no ha sido nunca un fundo de Tagle, Levy, Vial o Mosa. ¿Se preguntó dónde quería llegar? Los objetivos albos siempre han sido superiores. Y para eso se ha recurrido al talento, pero más que todo a la voluntad y el talante, que en definitiva es la mística garra. Al cambio y la transformación, que no es lo mismo. En el colocolino de verdad, su transformación proviene de su fuerza interior, del alma, su espíritu, y eso no se compra ni se transa. Allí debe haber equilibrio en todos los sentidos. Le repito, lucha e inteligencia como el cacique.

¿Y se le pasó por la cabeza cómo llegar? Sepa usted que el cacique era honesto, por lo tanto confiable. Un estratega para la guerra, o sea un conocedor de mil batallas. Aunque no lo crea, era sociable, es decir, comunicativo. Disciplinado y por ende comprometido a través de la confianza. Era humilde y cauto, disciplinado y cooperador. Y sobre todo, era indomable y combativo.

La barra no le cree. La farra es vox populi. El hálito alcohólico se percibía galopante. Y vino lo impensable. La debacle. Esos imprevistos tropiezos con responsabilidades compartidas desde el arquero hasta el goleador. Desde sus decisiones erráticas bajo un manto de incertidumbres, soberbias, fantasmas, conspiraciones, guerras intestinas, experimentos y un cuanto hay.

Su discurso ante la entrega del liderato fue patético:  "Jugamos bien 30 minutos del primer tiempo y en el segundo, nunca pudimos meter una buena contra". Esto no resiste mayor análisis. Con 42 mil hinchas en las gradas alentando, Colo Colo ¡nunca! ha construido una victoria a expensas de... un contragolpe. Ni menos jugando de local. Aunque salga campeón, con ese discurso tiene las puertas abiertas. Y con respeto le digo: ¡váyase!.

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