Espalda con espalda




KINGSLEY Amis fue el padre de Martin Amis. Escritores los dos y británicos.

Kingsley Amis era, por el calibre de su obra, sir: sir-Kingsley-Amis.

Martin, Martin a secas.

No he leído a Kingsley, pero sí a Martin y puedo decir que, a pesar de su insistente inclinación por escribir mamotretos de más de quinientas páginas, me gusta. De hecho, más allá de lo que yo opine, es uno de los escritores británicos más relevantes de su generación.

Pero aquí voy: Wikipedia describe a Kingsley como: "novelista, poeta, crítico literario, profesor", que supo desparramar su talento en "más de veinte novelas, tres recopilaciones de poesía, historias cortas, guiones para radio y televisión, y libros de crítica social y literarias. Y padre del novelista británico Martin Amis".

Cuando hacemos el ejercicio inverso y vamos al Wikipedia de Martin, lo primero que nos dice, austera, brevísimamente, es que es "un novelista inglés" e, inmediatamente: "hijo del también novelista Kingsley Amis". Entonces miro hacia un costado de la página y entiendo completamente la fruncidísima cara con la que Martin nos mira desde su wiki-retrato.

En fin, no quisiera imaginarme una mesa familiar de los domingos en lo de los Amis.

¿Qué onda compararse con nuestros viejos?

No en inútil competencia, sino en esos balances que, callados, nos sobrevienen cada tanto, cuando nos colgamos mirando por una ventana.

Los viejos nos gravitan, ineludiblemente.

La paternidad no arroja héroes. A uno le toca el que le toca y bancatelás. Para bien o para mal, es lo que hay. Kafka, desnudo, despliega el lado oscuro de esa sombra cuando abre su carta con un: "Querido padre: hace poco me preguntaste por qué te tengo tanto miedo".

Medirnos espalda con espalda con nuestros propios padres puede ser, algunas veces, un ejercicio cruel. Rayando lo masoquista, incluso, dependiendo el caso. Pregúntenle a Julian Lennon si no, si todo ese tonelaje sobre los hombros no es la aplastante confirmación de que el talento se salta una generación. Aunque existen otros ejemplos en los que no, en los que meterse en el mismo rubro que tu padre puede derivar en una floración con identidad propia, en una inesperada variante del meme del talento. Francis y Sofía Coppola (y Roman, no lo dejemos afuera). O los Cousteau. Ustedes añadirán más tándems a los elementos de uno y otro conjunto.

Un mano a mano con tu viejo es medirse con la filogenética más próxima, con el estándar más primitivo y absoluto de perfección idealizada, al que vamos demoliendo de a poco, a cinceladas ciegas de rabia adolescente primero y a pequeñas revelaciones de adultez después. Ya harán lo mismo con nosotros.

Si partimos de la base de que el componente paterno es una influencia puramente simbólica, que cualquiera puede poner la semillita; pero padre, lo que se dice padre, es el que cría, el que está ahí (inclusive presente desde una poderosa ausencia), el que te transmite el manual completo en años y años de miradas, el que ante una pregunta tuya te pasa un libro de la biblioteca sin decirte nada, el que te va descolgando una colección de ejemplos y contraejemplos en cada gesto cotidiano, que te pinta clarita la línea de cal que existe entre hacer bien y hacer daño, aun a riesgo de perder tu simpatía por un rato y sin jugarla de tío macanudo, entonces sí, no hay influjo más poderoso. Y no hay cómo medir nuestra propia humanidad sin echar mano de esa matriz primordial de referencia. A ver cómo nos va frente a ese espejo.

El supuesto es que uno espera que los hijos, especialmente sus hijos, sean mejores que uno. Y suelen serlo, afortunadamente. Pero qué lindo es saber que tu viejo, en algún punto (o en muchos seguramente, vaya uno a saber si lo que sabe es todo lo que se puede saber), era un grosso imbatible.

Vos, viejo mío, le interpusiste un habeas corpus a Massera cuando todavía era jefe de la Junta Militar. Larga vida a tus cojones.

Cuando era chico me decías que el abuelo te decía lo siguiente: "Yo me paré sobre los hombros de mi padre. Vos sobre los míos. Tus hijos sobre los tuyos. Y tus nietos seguramente alcanzarán la luna".

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