Un Estado varias lenguas




En una anterior columna hablé del desafío plurinacional, pasar del Chile de una sola "nación, cultura y lengua" al Chile real del siglo XXI, caracterizado por su diversidad de identidades, colores, sabores, decires y miradas. Del Chile blanco y "libre de hordas salvajes" que promovía El Mercurio de Valparaíso en 1856 al Chile moderno y pluricultural de nuestros días. Del Chile mono al Chile stereo.

¿Es la cultura chilena la misma de Arica a Magallanes? En absoluto, bien lo sabemos quienes vivimos en regiones que fueron y siguen siendo hogar de primeras naciones. Festividades, lenguas, toponimia, "formas de ser", muchas cosas difieren entre el Chile del Norte Grande y aquel del Valle Central. Y qué decir de la Patagonia. "Un Chile de varios Chile", como me comentó lúcidamente Jorge Errázuriz.

Esa diversidad que para los pensadores del siglo XIX era un problema –de allí que se fomentara a toda costa la uniformidad- créanme en el mundo moderno es toda una fortaleza. Incluso un valioso activo para los negocios y la economía de un territorio. Pero Chile sigue muy atrasado, anclado lamentablemente en otro siglo.

En el mundo la mayoría de los estados son plurinacionales; es decir, dos o más naciones que conviven en un marco estatal y bajo una misma Constitución. Bélgica, España, Suiza, Canadá y Rusia se reconocen así oficialmente. Y no por ello han dejado de ser lo que son: países con férrea identidad y buenas selecciones de fútbol.

No, ninguno se ha autodestruido. Todo lo contrario, han fortalecido su proyecto estatal reconociendo su diversidad y dando cauce político-institucional a demandas como la autodeterminación interna (autonomía regional) y la oficialización de diferentes lenguas. Es lo que observa cualquier turista en el viejo continente.

En Bélgica, sede de la Unión Europea, son lenguas oficiales el francés, holandés y alemán. En Suiza el francés, romanche, italiano y alemán. En España, además del castellano, las comunidades autónomas reconocen como oficiales el catalán, euskera, valenciano, gallego y aranés. Y en la Federación Rusa cada República tiene su propio idioma estatal.

De ello trata lo plurinacional, de aprender a convivir en la diferencia. Es el paso que han dado también algunos países del vecindario, como Ecuador y Bolivia donde la plurinacionalidad tiene rango constitucional. En Bolivia desde 1977 son oficiales el español, aymara y quechua. En 2009 la nueva Constitución Política reconoció treinta y siete idiomas oficiales de pueblos originarios.

En Ecuador, por su parte, la Constitución Política del año 2008 declaró oficiales el castellano, kichwa y el shuar, "idiomas de relación intercultural" dice el texto. Otras doce lenguas  ancestrales son de uso oficial para los pueblos indígenas en las zonas donde habitan. De visita en Quito en 2015 me sorprendió, gratamente, la existencia de noticieros de televisión pública en kichwa. Prueba de que es posible.

Voy a contarles una historia. Aconteció un día como hoy en la entonces República de Pakistán, un 21 de febrero pero de 1952. Aquel día en Daca, capital del territorio que hoy se conoce como Bangladesh, un grupo de estudiantes salió a las calles para reclamar el reconocimiento del "bengalí", su lengua materna. La protesta terminó en tragedia; tres estudiantes murieron bajo fuego militar y policial.

Aquel fue el inicio de un gran movimiento que cuatro años más tarde logró que la Constitución de Pakistán reconociera dicha lengua como idioma oficial. En homenaje a los mártires de Daca la Conferencia General de la Unesco, en noviembre de 1999, estableció el 21 de febrero el Día Internacional de la Lengua Materna. Es lo que hoy martes se conmemora en todo el planeta.

El mapuzugun, el "habla de la tierra", es una de estas lenguas. Es la principal lengua originaria de Chile, si bien amenazada, de uso cotidiano en diversas zonas de la Araucanía y Biobío. Sería todo un símbolo de modernidad su oficialización y enseñanza en las regiones del sur. Hablaría bien de nosotros. Y de Chile. Pero es una antigua demanda que sucesivos gobiernos se han encargado de obstaculizar.

No es la única lengua originaria de Chile, por cierto. También lo son el aymara, quechua, rapanui, kaweshqar y yagán, estas dos últimas con un reducido número de hablantes. Otras lenguas fueron el canán, chono, kunza, selknam y aonikenk, todas ya desaparecidas. La uniformidad del siglo XIX y un genocidio aún no reconocido acabó con ellas. También con la riqueza del mundo que interpretaban.

Una cosa es clara. Es la diversidad y no la uniformidad lo natural en el planeta que habitamos. Según la ONU existen censadas más de siete mil lenguas. Y, sin embargo, los Estados que integran el organismo son apenas 193. El promedio de lenguas por Estado es entonces de treinta y cinco. Los números no mienten. El mundo es plurinacional y plurilingüe. Chile también. Ya es hora de reconocerlo en la ley.

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