Europa: cuestionamiento de fronteras e inseguridad territorial




Europa, la de la guerra de los treinta años. Europa, aquella de las dos guerras mundiales. Europa, ese continente donde tuvieron lugar algunos de los peores horrores de la guerra, como el holocausto judío. Europa, aquella que después de más de medio siglo se erigió como la cuna del respeto de los DD.HH., de la paz regional y del progreso humano. Finalmente, Europa, aquella que dejó entrever que la fuente de todos los males del subcontinente era la relación de rivalidad permanente y "hereditaria" entre Alemania y Francia.

La llamada "reconciliación" franco-alemana si bien pavimentó la vía a la conciliación de intereses europeos luego de la II Guerra Mundial, y de manera específica, como una respuesta dramática a la amenaza que se les cernía desde el oriente del continente, su mayor y más relevante factor de transformación fue la renuncia a territorios y espacios fronterizos que no estaban bajo su control político. En otras palabras, la plataforma sobre la cual se construyó la reconciliación franco-alemana y se dio paso al llamado "couple franco-alemán", el motor de la futura Unión Europea, fue la renuncia implícita y explicita a la pretensión de territorios históricos o considerados como relevantes para la seguridad de sus respectivos países.

Luego del fin de la URSS, en diciembre de 1991, una suerte de "utis possidetis" europeo se impone en ese rincón del planeta. El principio de intangibilidad de los trazados fronterizos de institucionaliza como una medida de confianza mutua, multilateral y generalizada. La guerra en Yugoslavia demostró que el cuestionamiento de fronteras y las pretensiones territoriales constituían la base de sustentación de la inestabilidad política y político-militar. El cuestionamiento de fronteras europeas y su adopción como una "Política de Estado" de la mayor parte de los países regionales de dicho espacio, constituyó por años, incluso por décadas, una medida y un instrumento al servicio del nacionalismo irrendentista europeo, tanto en la Europa occidental como en la oriental, y más allá incluso. Un nacionalismo negativo que se alimentaba de una reivindicación territorial como la mejor y más efectiva forma de cohesionar artificialmente a sus connacionales en torno a sentimientos de supuestas amputaciones de espacios soberanos.

Si el poderío de la histórica rivalidad franco-alemana, motor del conflicto permanente en Europa, logró ser encauzada hacia una interacción benigna, la reunificación alemana sonó las alarmas en Polonia y en Francia. El desconocimiento por parte de la Alemania reunificada de la línea Oder-Neisse -que la separaba de Polonia- constituyó por largos años una fuente de gran inseguridad. Fráncfort comprendió que su negativa en orden a aceptar la cristalización de dicha frontera, asumiendo la pérdida ad eternum de extensos territorios, constituía la única forma para generar lazos de confianza mutua estructurales y no meramente formales. La firma del Tratado de Buena Vecindad entre Polonia y Alemania en 1992 materializaba el término definitivo de la antigua y tradicional política de cuestionamiento de fronteras en esa parte de Europa.

<em>La misma lógica que se había impuesto en su relación con Francia, la repite con Polonia. Una decisión eminentemente "política", con un carácter de "Estado"<strong>, consensuada y obligatoria, es adoptada como una plataforma vital para la construcción de una paz real y permanente.</strong></em>

Un aspecto central en los hechos antes descritos dice relación con la existencia de una voluntad política real, profunda y efectiva del conjunto de las clases dirigentes en orden a interinar, como un consenso perpetuo, la aceptación del estado actual de las fronteras. Alemania declaró unilateralmente su renuncia a toda reivindicación territorial como la principal medida de confianza mutua para Europa y el resto de entidades que le son vecinales.

El actual y pasado reinado de la paz interestatal europea se basa en la proclamación de un estado de "satisfacción fronteriza" y en la creación de una nueva mentalidad política del conjunto de su clase política: la seguridad europea pasa hoy por una mayor integración, ya no más por la instrumentalización de conflictos históricos.

Si bien el espacio sigue siendo pensado en términos de seguridad y de influencia, la cristalización de fronteras definitivas, asumidas como tales por las élites políticas de los más tradicionales actores del subcontinente, especialmente de los que demostraron sistemáticamente conductas irredentas, ha permitido a estos países avocarse a explotar aquellos que los une y que puede transformarlos en un bloque de proyección comercial cooperativa. Sin una declaración real y material de un estado de "satisfacción territorial y fronteriza", la Unión Europea no sería una zona de paz a secas, sino que una zona de paz armada.

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