Por fin, la fama




Me cuesta hablar de la muerte sobre todo cuando se persigue la mentada fama a través de un balón de fútbol. Los que hemos jugado este deporte soñamos con conquistarla y llevarla del brazo a la gala del reconocimiento. El club Chapecoense llevaba una carrera meteórica de triunfos y halagos, cargando sobre su mochila esfuerzo, tesón y humildad. Como club pequeño, pasando pellejerías económicas y recurriendo a trucos legales para salir de tan incómoda posición financiera. Hasta se fusionó con un equipo adversario para enfrentar los nuevos tiempos nefastos del Don dinero. Cuatro años más tarde ganó un título estatal y se le reconoció como "el huracán del oeste".

No hay nada más condenable que el ansia de fama, eso decía el filósofo alemán Arthur Schopenhauer y sin embargo ¡cuánto la ansiaba!.

Los chapecoenses escalaban y los apetitos también. Empezaron a creer. Empezaron a ver el mundo como voluntad y representación. Lo más notable es que ellos observaron el sentido de sus propias vidas, sobre la forma de obtener y atesorar el sentido de su propia valía. Ese pensamiento creativo lo identificaban como riqueza interior. Esto relegaba el punto de vista sobre la fama, la cual es una simple sombra del mérito.

Y así se codearon con la élite sudamericana. Iban por el camino del éxito a tierras colombianas. Me imagino qué iría pensando Danilo con su salvada milagrosa faltando segundos para amarrar el empate clasificatorio. Yo creo que todo. Fue una tapada heroica. Pero el destino estaba agazapado para dar un zarpazo mortal. Mientras las turbinas engullían kilómetros, el plantel se aprestaba a aterrizar y cumplir con las promesas de ganar la copa. Esa era la vida y la locura de conseguir la fama. Y lo consiguieron, pero no como lo soñaron.

Abruptamente se interpuso la muerte, esa burlona que no sabe de tiros en los palos, esa que cuando entra, entra con todo inflando las redes del desconsuelo. "Cada soplo de aire que inhalamos impide que nos llegue la muerte que constantemente nos acecha", dijo Schopenhauer.

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