El fútbol y la alta diplomacia




La noticia de que el Paris Saint-Germain (PSG) francés, perteneciente al fondo soberano de Qatar (Qatar Invesment Authority), ha comprado a Neymar por 222 millones de euros ha masificado una información que ya tenían las élites: ese pequeño país del Golfo Pérsico con 2,5 millones de habitantes y muchos hidrocarburos pretende ser la gran potencia árabe.

Para ello, está dispuesto a desafiar a Arabia Saudita y los otros reinos del Golfo. Esto podría recomponer los alineamientos de Estados Unidos y Europa en el mundo árabe, algo que atañe a la seguridad energética y la lucha contra el terrorismo.

Hasta hace poco, este reino -como todos los países de la zona, una férrea monarquía absoluta- vivía a la sombra de sus vecinos. Pero en 2005 Doha (la capital) inició una estrategia mundial, con el fondo soberano como punta de lanza, para expandir su economía invirtiendo en activos industriales, inmobiliarios, financieros y deportivos, en Estados Unidos, Europa y Asia. Sus inversiones fueron más inteligentes que las de sus vecinos y su diplomacia, más audaz.

Acumularon participación en entidades emblemáticas como el Empire State Building, Brookfield, Volkswagen, Areva, Vivendi, Rosneft y muchas más. También desarrollaron una estrategia militar que incluyó la compra de armas a Estados Unidos, país que tiene en Qatar la principal base aérea del mundo árabe, clave para operaciones en Siria, Irak y Afganistán.

Qatar desafió a sus vecinos secundando la "Primavera Árabe" y utilizando su canal de televisión, Al Jazeera, alfil diplomático, para llevar a los propios árabes una información hostil a las cuestionadas monarquías. A pesar de su apuesta occidental y los lazos con Washington, mantuvo simultáneamente relaciones con la cara fundamentalista de la "Primavera Árabe" (revolución que contó con una cara liberal y otra fundamentalista: la segunda era más numerosa, pero era la primera la que despertaba esperanzas democráticas). Ello le permitió ayudar a Estados Unidos a negociar con grupos terroristas, incluidos los talibanes, pero también desató alarmas sobre un posible financiamiento al Estado Islámico y otros terroristas.

De allí que Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, luego secundados por otros, decidieran declarar una guerra diplomática y comercial a Qatar hace poco. Parecía sencillo: un paisito como Qatar no podía ser era un "match" para semejante coalición y menos cuando Trump personalmente apoyó los medidas hostiles. Sin embargo, muy pronto quedó en evidencia que la estrategia qatarí de muchos años había rendido frutos: el Departamento de Estado y el Pentágono, luego de que Doha ratificara una compra de armas norteamericanas por US$ 12 mil millones, lograron que la Casa Blanca diera marcha atrás, Alemania evitó tomar partido y tanto Turquía, que tiene allí una base, como Irán respaldaron al emirato de Al Thani.

Ahora, Qatar quiere intensificar lo que Joseph Nye llamó "poder bando" (por oposición a "hard power" o poder militar) para consolidar su posición internacional. Aquí el deporte juega un rol clave. Qatar, se sabe, organizará la Copa Mundial de fútbol de 2022.

Lleva tiempo (antes se notaba menos) invirtiendo en "poder blando" deportivo. Por la nómina qatarí han desfilado desde Zidane hasta Guardiola (ahora Xavi), figuras legendarias del fútbol. Con la operación de Neymar a través del PSG, el fondo soberano qatarí busca ganarle a Doha la legitimidad internacional definitiva. Confía en que la adquirirá si el PSG gana la Champions League con el genial brasileño.

Convertir a Qatar en el referente del mundo árabe es el fin y los vecinos árabes del Golfo, tan absolutistas y ligados al fundamentalismo como los qataríes, son el competidor. El improbable Qatar va ganando la partida.

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