Gaza en llamas




El objetivo por el cual el primer ministro Benjamin Netanyahu lleva a cabo una operación aérea y terrestre contra la Franja desde hace más de tres semanas es muy nítido: destruir el gobierno de unidad que formaron en abril la organización radical que gobierna dicho enclave y Fatah, el partido moderado que tiene el control de Cisjordania bajo la presidencia de Mahmud Abbas. No es contra la capacidad de Hamas de lanzar cohetes -algo que no constituye ninguna novedad ni tiene relación directa con los incidentes que dieron pie al conflicto, empezando por el asesinato de tres israelíes en Cisjordania- que Tel Aviv ha actuado. Es contra el gobierno de unidad, al que ve como la mayor amenaza desde que los Acuerdos de Oslo llevaron a la creación de la Autoridad Palestina.

Conviene entender esto para ver la esencia del problema. Estados Unidos y Europa entendieron en su momento que la formación de esa unidad entre palestinos moderados y radicales era un acontecimiento promisorio para una eventual negociación con Israel. De allí que reconocieran a dicho gobierno a pesar de los antecedentes violentos de Hamas y su cercanía, en distintos momentos, al terrorismo. Las autoridades israelíes, en cambio, percibieron un peligro existencial: si Hamas pasaba a ser parte de la representación "legítima" de los palestinos, reconocía el Estado hebreo y renunciaba a la violencia de modo fehaciente, le sería extraordinariamente costoso a Tel Aviv evitar negociaciones serias que llevaran al final de la ocupación de los territorios palestinos. Es decir, al comienzo del fin. Porque para Israel, tal y como interpretan las cosas sus actuales autoridades, semejante escenario implica a la larga el fin del Estado hebreo tal y como fue concebido. Su estrategia, por tanto, consiste en ganar todo el tiempo posible mientras van consolidando la colonización de los territorios ocupados hasta hacer inviable toda forma de Estado palestino.

El acuerdo de abril entre Fatah y Hamas -como sugerí en estas mismas páginas hace varias semanas- resultó de la frustración del proceso impulsado por Estados Unidos bajo el gobierno de Obama para negociar una paz definitiva. Cumplidos los nueve meses que John Kerry, el secretario de Estado, había fijado como plazo para un acuerdo, todas las partes habían dado por muerta la iniciativa. En cierta forma, ese fracaso fue también el final formal de la "era Oslo". Es decir, de la etapa que, tras los acuerdos de mediados de los años 90, había despertado en todo el mundo la esperanza de una negociación exitosa entre israelíes y palestinos. Acabada toda esperanza, era hora de cambiar de estrategia.

El acuerdo de Fatah con Hamas resultó tanto de la necesidad de emprender una nueva vía por parte de Mahmud Abbas, el Presidente de la Autoridad Palestina, como del debilitamiento de Hamas y de su división interna. Porque lo cierto es que un sector significativo de esta organización se ha ido desplazando hacia un mayor realismo y ha entendido la inviabilidad de la violencia y el terrorismo como armas de presión contra Israel. Desde luego, ciertos sectores radicales, que a su vez compiten en radicalismo contra otra organización violenta, la Yihad Islámica, que ha logrado una presencia en Gaza, se oponían. Pero al final el sector realista se impuso y aceptó lo que parecía impensable: el acuerdo con Fatah. Para Fatah, que había decidido explorar la vía del aislamiento de Israel a través de una campaña internacional de reconocimiento a Palestina, esto venía bien. Quizá Israel, ante la evidencia, acabaría por negociar en el futuro. Pero los palestinos no dependerían más de Estados Unidos para conseguirlo.

Recordemos que, desde que Hamas entró en guerra civil con Fatah y lo expulsó en 2007 de la Franja, la relación entre Cisjordania y Gaza había sido de enfrentamiento permanente, en beneficio de la estrategia israelí, que los necesita divididos. Así, tanto en 2008 como en 2012, las dos ocasiones anteriores en que Tel Aviv emprendió acciones militares terrestres, además de aéreas, contra Gaza, Abbas, el Presidente de la Autoridad Palestina, fue muy tímido en su respaldo al enclave gobernado por Hamas.

El acuerdo de unidad no implicó que Hamas tendría asientos en el gabinete de ministros, formado por tecnócratas. Pero sí implicó una apuesta formal por el gobierno que preside Abbas, y -aquí está la clave de todo- el inicio del proceso de abandono definitivo de la violencia y el reconocimiento de Israel por parte de la organización radical. Eran las condiciones para que Hamas se incorporara -lo que, según el vocero Yasser Abed Rabbo, está a punto de ocurrir- a la OLP, organización que responde al liderazgo de Abbas, aunque sus facciones mantienen relaciones complejas.

Venciendo resistencias, Estados Unidos y Europa entendieron que era inevitable reconocer al gobierno palestino de unidad y que se abría la posibilidad de que Israel tuviera enfrente un interlocutor representativo de la mayor parte de facciones del mundo palestino. También intuyeron que el acuerdo marginaría a las voces más radicales de Gaza y encauzaría a corrientes otrora enemistadas con la idea de la convivencia pacífica, tal vez ayudando con ello a vencer la desconfianza de la mayor parte de israelíes hacia todos los interlocutores palestinos.

A quienes hemos tenido ocasión de comprobar in situ las condiciones implacables que el bloqueo inflige a la población de Gaza no nos resulta fácil concebir que sea posible cualquier forma de moderación en Hamas.

Gracias en parte al padecimiento de condiciones durísimas,<strong> la población ha visto reforzada en estos años su creencia en que una organización radical constituye su única protección contra el enemigo.</strong> De allí que el hecho de que Hamas haya estado dispuesto a renunciar a varios de sus preceptos y sus métodos para plegarse a Fatah constituya un acontecimiento tan significativo.

La Franja estuvo ocupada por Egipto durante muchos años, antes de pasar a ser ocupada por Israel tras la guerra de 1967. Décadas más tarde, tras los acuerdos de Oslo, Tel Aviv le otorgó algo de autonomía pero en la práctica todo siguió igual, hasta la retirada israelí de 2005. Dos años después, dado el surgimiento de Hamas como fuerza dominante, Israel inició un bloqueo terrestre, aéreo y marítimo que dura hasta hoy, con periódicas incursiones destinadas a debilitar el aparato militar de dicha organización y limitar su capacidad de atacar con cohetes el territorio israelí. Pero las víctimas privilegiadas han sido siempre -como lo son ahora, en esta nueva operación, denominada "Margen Protector"- los pobres civiles atrapados en una historia pesadillesca que se repite y repite.

Los centenares de muertos civiles -el 75 por ciento, según la ONU, de todas las víctimas, incluyendo a muchos niños- y las propiedades destruidas en estas semanas representan la materialización de lo que ha dado en llamarse la política israelí basada en la "culpa colectiva", por la cual se castiga a los civiles desarmados para castigar a quienes los gobiernan. Pero es algo más: una operación contra la unidad palestina. Ese gobierno había prometido elecciones en Cisjordania y Gaza para dentro de poco tiempo, entre otras cosas. Las nuevas autoridades, legitimadas por las urnas, podrían a su vez renovar la nueva estrategia de Abbas de buscar respaldos mundiales a la causa palestina por su cuenta, al margen de Estados Unidos, a partir de la plataforma con que cuentan gracias al estatus de Estado observador que adquirieron en la ONU a finales de 2012. Netanyahu no podía permitir semejante cosa porque contradecía su proyecto, que es cada vez más indiferenciable del de los sectores más recalcitrantes, como su aliado La Casa Judía, liderada por el fanático Naftali Bennett, que pretende la anexión definitiva de buena parte de Cisjordania. No de otro modo se explica que el primer ministro israelí boicoteara el proceso de paz impulsado por Kerry y reanudara la colonización.

Dos cosas que no estaban en los planes de Netanyahu, sin embargo, han sucedido. Una es la revelación de que el aparato militar de Hamas tiene mayor potencia de la que se creía. La otra es el continuo respaldo de Abbas a Hamas una vez producido el conflicto, incluyendo un explícito apoyo a la condición básica que pone esta organización para el cese el fuego que propone Egipto: el fin del bloqueo que mantiene Israel (en realidad es una tenaza de la que participa también Egipto manteniendo cerrada la frontera en Rafah).

Hamas, que tiene unos 20 mil hombres armados y ha construido un enjambre de túneles para infiltrarse detrás de filas enemigas, ha disparado ya más de 2.500 proyectiles contra Israel desde el inicio del ataque israelí y tiene capacidad para alcanzar una distancia de más de 160 kilómetros, incluyendo zonas estratégicas, como el aeropuerto Ben Gurion (el misil que cayó en Yehud, cerca del aeropuerto, fue el que precipitó la suspensión de vuelos de compañías estadounidenses y europeas a Tel Aviv). Ya han muerto 32 soldados israelíes, lo que puede parecer poca cosa en comparación con los casi 800 palestinos perecidos bajo los ataques, pero representa un número muy superior a la suma de bajas de Israel en las incursiones de 2008 y 2012. Aunque la inmensa mayoría de cohetes de Hamas son interceptados por el escudo israelí ("Cúpula de Hierro"), los palestinos han desarrollado una técnica para complicar la estrategia defensiva israelí, concentrando un número desproporcionado de proyectiles en un mismo punto, lo que al parecer puede desorientar los sistemas.

En cuanto a lo otro: Abbas ha sido muy claro en que no pedirá a Hamas que deponga las armas sin que antes haya un acuerdo para poner fin al bloqueo. Esto, a pesar de la presión enorme que John Kerry ha colocado sobre él desplazándose a Ramala personalmente y que la propia ONU, a través del secretario general, ha puesto también en las últimas horas. Abbas entiende que la división entre su gobierno y Hamas es el gran objetivo de Netanyahu y que abandonar a sus nuevos socios pulverizaría toda posibilidad de montar un frente unido para lo que viene. Y lo que viene es complicado: una campaña internacional para aislar a Israel sin depender de Estados Unidos, cuya iniciativa, según Abbas y toda la plana mayor de los palestinos, ha fracasado porque Israel no está dispuesto a negociar y Washington no está dispuesto a forzar a sus aliados a hacerlo.

Este es el penoso estado de cosas al que tanta intransigencia en el gobierno de Tel Aviv ha llevado. Netanyahu, buen lector del temperamento reinante en su país, una sociedad radicalizada en esta materia y presa de la desconfianza hacia el mundo palestino, cree que el tiempo corre a su favor porque Obama está debilitado y podría perder el control del Senado en noviembre. Con un Congreso republicano y un mandatario convertido en "pato rengo", Estados Unidos no querrá ni podrá presionarlo. Esto, independientemente de que en lo inmediato Kerry logre o no un cese el fuego. Lo dicho: ganar tiempo.

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