Guerra, memoria y olvido




El reconocido corresponsal de guerra y politólogo David Rieff presenta hoy en el ex Congreso su libro Elogio del olvido, un ensayo provocador, estimulante y también hermoso, que además de contar con una sólida evidencia histórica, se nutre de referencias literarias y religiosas para fundamentar sus ideas políticas. En estas páginas contradice el famoso (y seductor) aforismo de Santayana, que dice que "los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo".

Rieff es audaz, imaginativo y más seductor que Santayana. Si en realidad hubiésemos aprendido del Holocausto, no se habrían producido los genocidios de Bosnia, Ruanda o Siria. Y si las guerras no fueran una constante en la humanidad, el género bélico habría muerto como el musical o el western. Pero no, las películas de guerra siguen ahí, estremeciendo, poniendo ante nuestros ojos los límites de la deshumanización.

No es exagerado afirmar que este ha sido el año de Dunkerque, una obra que le da varias vueltas de tuerca al filme bélico estándar. Para empezar, recrea una derrota en vez de una victoria: el momento en que 300 mil ingleses y franceses quedaron arrinconados en una playa, a merced de los bombarderos alemanes, y tuvieron que ser rescatados por 600 embarcaciones civiles.

La decisión de enviar a "marineros de fin de semana" fue de Churchill, quien no estaba dispuesto a sacrificar a un grupo de hombres a pesar de que su flota aérea y marítima, a esas alturas, ya estaba seriamente diezmada. Pero en Dunkerque tampoco vemos a los políticos tomando decisiones con un whisky en la mano mientras la tropa muere (otro lugar común). Y nunca vemos a los alemanes.

Solo se aprecian sus bombas y los estragos que éstas ocasionan en los barcos y en el puerto y en los aviones pilotados por los aliados.

Un tercer aspecto novedoso es la ausencia de heroísmo. En realidad, la película se concentra en el miedo de unos jóvenes (casi niños) abandonados a su suerte, tratando de sobrevivir a como de lugar. El patriotismo, muchas veces causante de lo peor que uno pueda imaginar, fue también la corriente emocional que permitió evacuar a los 193 mil soldados ingleses. Orwell, en momentos en que "seres sumamente civilizados me sobrevuelan intentando matarme", escribió un ensayo en el que señalaba que la operación de salvataje fue "como el despertar de un gigante". Churchill, por su parte, recordó que en aquellos días "había un resplandor blanco, irresistible, sublime, que recorría nuestra isla de un extremo a otro".

La odisea de Dunkerque es una de las expresiones más elocuentes de la comunión de un pueblo, una bofetada al individualismo. No debe extrañar que ese espíritu impregnara a Inglaterra en los años que siguieron a la II Guerra Mundial, implementando una serie de derechos sociales (en educación, salud, pensiones, transporte, vivienda, cultura) sin los cuales, a decir verdad, la libertad no es más que un principio vacío.

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