Identidad referida




Y DESPUÉS DE una larga espera por parte de sus seguidores, por fin Sebastián Piñera oficializó su precandidatura para la campaña presidencial. Una puesta en escena sumamente cuidada, donde no se escatimaron los detalles estéticos y que -de no haber sido por el anuncio de Beatriz Sánchez esa misma mañana- era conversación política segura de la semana.

Pero el sorpresivo anuncio de la periodista no fue lo único que deslució el evento donde la UDI y RN proclamaban a su abanderado. Para muchos, incluso también entre algunos de sus partidarios, Piñera no estuvo a la altura de las expectativas que se habían generado, ya que pese a lo largo de su discurso, se le reprochó ausencia de contenido. Y aunque era de esperar que proliferaran las críticas al gobierno, éstas terminaron por apoderarse de su mensaje, oscureciendo -más bien, haciendo desaparecer- lo que parecía un momento propicio para desplegar las banderas del proyecto que la derecha tiene para el Chile del siglo XXI. Escasas ideas, varios lugares comunes y una abundante referencia a lo que no quería hacer o continuar, a lo que pretendía cambiar o modificar, y lo que prometía revertir o restaurar.

Probablemente para muchos con eso basta, es decir, con plantearse solo y simplemente en oposición al otro. De hecho, no fue muy distinto a lo que hizo en 2010 y, sería bueno recordar, le bastó para ganar la elección. Sin embargo, después de cuatro años de un gobierno -a ratos híbrido, pragmático y muy centrado en su figura- fue incapaz de consolidar un legado político sustantivo para su sector y sus sucesores, incluso muchos acusando al expresidente de haber virtualmente saboteado las opciones de éstos, provocándose una estrepitosa derrota electoral en la elección siguiente. De esa manera, la pregunta legítima que muchos se hacen es cuál debe ser el relato que anime el proyecto político de la derecha en Chile; ya sabemos lo que pretenden obstruir, pero lo que no queda claro todavía, ni antes ni hoy, es qué se quiere construir.

Fue el propio Andrés Chadwick hace algunos días, abandonando esa aura de persona racional y sensata, quien manifestó que ellos representaban el 80% de la población (obviamente como referencia a la baja aprobación del gobierno de Bachelet). Dicha frase, más allá de la tontera estadística y la falacia política, refleja bien lo que Piñera hizo esta semana y que parece ser un sentido común en su círculo más cercano: la orden del día, a la mejor usanza de Carl Schmitt, será centrar el discurso en la diferencia "con el otro", aunque eso signifique postergar nuevamente el hablar "de nosotros".

Lo que sí agradecieron partidarios y detractores, es que el expresidente evitó esta vez su obsesiva pulsión a las citas, que tantas mofas le han traído. Mal que mal, fue la senadora de la República y presidenta de la UDI, Jacqueline Van Rysselberghe, la que mediante su "concenso" (sic) en Icare, nos recordó el por qué de la urgencia de una reforma educacional.

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