Imbunchismo político




Una de las principales características culturales de Chile es el "imbunchismo". El imbunche es un ser mitológico deforme y contrahecho que roba niños para taparles los orificios del cuerpo y deformarlos. Julio Vicuña decía que nuestro imbunchismo se manifiesta en la fascinación por arrasar "con lo que venga". Carlos Franz habla de una "inclinación a cortar las alas de lo que se eleva, derribar la grandeza, mutilar lo que sobresale, y enterrar lo que se asoma". Por miedo a nuestra incapacidad para construir, terminamos odiando y amputando todo lo que insinúe esa posibilidad. Es lo que denuncia Vicente Huidobro en "Balance patriótico". Es lo que empapa la obra de José Donoso.

Nuestro imbunchismo político, de hecho, es tremendo. El poder opera en nuestro espacio público como una máquina de imbunchar. ¿Qué otra cosa podría explicar el rechazo furibundo de la gente de la UDI a la voluntad medio heroica de Jaime Bellolio de cargar con la conducción y renovación de semejante aquelarre? ¿Y la entrega de esa conducción a una persona cuya reputación política no podría estar más mermada, y cuyo liderazgo se funda en atizar las brasas del pinochetismo y alimentar una retorcida red de poder, que ha revuelto la guata hasta a políticos de trayectoria, como Darío Paya? ¿Qué otra clave permite comprender los problemas de la derecha para armar una lista parlamentaria? ¿O a musgos políticos como el PRI?

¿Cómo podría explicarse la ordalía esterilizante a la que se entregó la Democracia Cristiana, que termina con vestiduras rasgadas, sacrificios rituales y un pacto con chavistas delirantes? ¿O el asesinato de Lagos por sus imbunches, esa generación que creció deformada e impotente bajo la sombra de los hombres fuertes de la transición, que son sus padres, y a quienes odian? ¿Qué más imbunche que la candidatura de Guillier? ¿O el mal gusto de Piñera? ¿Cómo entender el suicidio de la Concertación y el paso a la Nueva Mayoría sin ese odio imbunche, y sin las ganas de los deformados por la Concertación de hacer lo mismo con el estudiantado? ¿Qué es el comunismo chileno sino un verdadero culto religioso a la deformidad y la castración? ¿Y la reverencia cobarde del Frente Amplio a la vulgaridad asesina de Maduro?

Nuestra política está atrapada por las fuerzas ciegas de lo grotesco. Y es nuestra porque lo grotesco habita en nosotros. Es lo horroroso del "horroso Chile" de Lihn. Es la fuente de nuestro placer morboso, del que soñamos secretamente con escapar. Y para hacerlo, primero debemos aceptarlo, conocerlo. Si preferimos, en vez, correr un tupido velo sobre él, seguiremos descartando gobiernos y proyectos políticos cada cuatro años, extasiándonos al ver encumbrarse y caer deformidades políticas. Si, en cambio, nos observamos como somos, si nos perdemos el miedo (aunque seamos horrendos), quizás algún día podamos confiar en que la cultura, el buen gusto, las ideas, la belleza y la tolerancia entre lo diferente merecen una oportunidad en "el eriazo remoto y presuntuoso".

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