Imperdonable transición




HAY PARTIDOS e individuos que nunca han podido perdonar que la transición fuera como fue.  Son los que se entregaron a un camino y a un futuro que no era el de la mayoría de los chilenos. Que se alzaron en armas pensándose vanguardia de masas listas para la rebelión, que no existían. Que se veían artífices de un país socialista cuando los socialismos agonizaban. Que se nutrían de Marx, Fidel, Che, Ortega, poetas iconoclastas, juglares que inflamaban épicas. Mientras, ese pueblo que los inspiraba, a su vez se inspiraba en Juan Pablo II, en el ansia de dejar atrás tiempos donde nada les era privado porque todo dependía de un Estado omnipotente y arbitrario; en la esperanza de, quizás, salir de su presente gracias a elecciones libres porque había aprendido que las armas siempre ganaban en contra suya. Más tarde, iniciada la reconstrucción democrática, los movía la inquietud de no volver atrás, de que quienes gobernaban lo hicieran bien, de valorar como éxito propio los avances que todo Chile vivía, del anhelo de superar desigualdades solo perceptibles al abandonar la pobreza.

Cuando se constató que la población no quería revoluciones sino vivir más seguros, en paz y con esperanzas reales de un futuro mejor, entonces, esa transición, se les hizo insoportable. Y mientras más exitosa, más profundo el rencor.

Ahora bien, si se tratara de cuitas del pasado, no importaría mucho. Pero se proyectan en el presente y el futuro del país, así como en la recomposición en curso del cuadro político; y cabe ocuparse de ello.

En los espacios que la transición había abierto, comenzó a cocinarse la hostilidad a la transición. Todo había sido transacción. Un continuo iba desde el Chile de 1973 a aquel del 2014 o hasta hoy. Nada había cambiado. La mágica palabra "neoliberalismo" bastaba para unificar, explicar y condenarlo todo.

Parte de los que se sentían traicionados por la transición comenzaron a gobernar, junto a quienes comenzaron a vacilar en la consecuencia con su propia obra. Fue su hora. Y ya tenemos el balance. Rechazo a sus reformas. Debilitamiento de la economía, la inversión y el empleo. Exaltación de derechos imposibles de satisfacer, que en solo 4 años creó otra izquierda capaz de desafiar una representación secular de la izquierda concertacionista y neomayorista. Ineptitud y falta de probidad en gestión pública. Crisis de la centroizquierda que había dado gobernabilidad exitosa a Chile.

Para peor, a pesar de los fracasos acumulados, sigue vigente la fantasía de ser sujetos de cambio, aunque poco digno de destacar han cambiado y mucho han fallado. Sigue también el rencor hacia una transición que por popular y exitosa se les compara día tras día por el solo hecho de haber existido. Así las cosas, si no recapacitan y la historia les da oportunidad, construirán, una vez más, otro fracaso en nombre del pueblo y del futuro; pero a poco andar, sin ninguno de los dos. Y para peor, en su negación a la transición, jamás dilucidarán las virtudes, limitaciones y fallas de ésta, para aprender a hacer a futuro mejor las cosas.

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