Informe Especial: el cableado




Una de las imágenes que dejó Informe Especial (TVN) el domingo pasado fue la del miembro de una banda narco que tenía secuestrado a un hombre de una banda enemiga en la comuna de San Ramón. El hombre estaba amarrado y pedía perdón mientras el secuestrador lo amenazaba. Todo estaba grabado con celular, lo que acrecentaba la violencia ciega y áspera de lo que se veía en pantalla. Instalada en la mitad del reportaje, la pequeña secuencia era solo antecedida de una grabación aficionada de un ajusticiamiento callejero y ambas eran solo pequeñas piezas de un puzzle que el equipo del programa desentrañaba: el modo en que el municipio de San Ramón estaba íntimamente relacionado con bandas narco o personas con antecedentes penales, a quienes tenía contratados y a veces les pagaba no solo uno, sino que dos sueldos completos. Todo esto era descrito con una claridad inapelable, pues los periodistas reconstruían una cadena que iba desde operadores políticos hasta el alcalde de la comuna, Miguel Ángel Aguilera (quien además era uno de los vicepresidentes del Partido Socialista) y que dio la entrevista a TVN afuera del municipio, luego de saludar a un grupo de niños.

Era inquietante verlo porque se trataba de la unión de dos estéticas que habían aparecido siempre separadas en nuestra televisión, la del periodismo político con la del policial. Esto no tenía que ver solo con el tema sino también con dos tradiciones visuales. Por un lado, estaba la de la televisión sensacionalista tipo Alerta Máxima o Aquí en Vivo, llena de detenciones en la calle, persecuciones a alta velocidad y allanamientos, y que usa a la delincuencia para ejercer un sensacionalismo en aras del rating; y, por otro, la investigación periodística más clásica, llena de infogramas que representan el modo en que los periodistas se abren camino entre toneladas de oficios y documentos olvidados en la burocracia de la política para exhibirlos como pruebas incontestables. Entre ambos modos existe cierta distancia, pues la cámara subjetiva del policía entrando a la casa de una población donde se mueve droga es quizás lo opuesto a la exhibición del correo electrónico donde un político solicita dinero para su campaña.

Informe Especial, el domingo, unió ambas cosas y demostró que quizás podían ser lo mismo. Lo interesante del show era esa posible novedad, la de una denuncia que proponía la violencia de la calle se había trasladado a las oficinas del municipio, como bien detallaba un testigo al que se le había cubierto el rostro y que hablaba con la voz adulterada desde una oficina en penumbras. Que el programa alternara imágenes como ésta o la del jacuzzi de la casa allanada del jefe de una banda con la reproducción de los pagos truchos al Tío Chino (un narcotraficante contratado por la municipalidad), solo aumentaba dicho efecto, que era el de una trama completa, de un cableado con que conectaba todo por debajo.

Ese cableado es quizás la novedad del programa pues obliga a repensar el sentido de las imágenes con que la televisión ha descrito la vida cotidiana de los chilenos abusando de un imaginario catastrófico, poblado de hechos de sangre. Basta ver las noticias de Chilevisión o los programas citados al comienzo de esta columna para comprobarlo. Se trata de una industria que explota el goce morboso de presentar un país en guerra sin jamás explicar las causas, evitando hurgar más allá de la espectacularidad de autos volcándose o puertas reventadas por grupo de asalto en cuyos cascos hay cámaras. Por lo mismo, el programa de TVN proponía otro ángulo, otro modo de enfocar la mirada y preguntarse cuál era el sentido de toda esa trama, qué podía llegar a significar en su descripción del mapa de la ciudad pero también de las instituciones públicas: en el Informe Especial del domingo las entrevistas a los funcionarios municipales denunciados en el reportaje, incluida la que sostenían con el alcalde, transcurrían en plazas públicas y a plena luz del día.

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