La banalización de las primarias




A la clase política chilena quizás le falte carisma, pero no se le puede negar su capacidad imaginativa. El caso de la semana son las primarias. La ley que las regula fue concebida para aumentar la participación ciudadana y mejorar la competencia allí donde la hubiera. Por arte de birlibirloque, partidos y dirigentes la han convertido 1) en una cuestión de principios, 2) en una medida de transparencia u opacidad política, o 3) en un hito decisivo dentro de la batalla electoral. Lo que era un instrumento se ha convertido en un fin y es posible que esta transformación marque el último límite del sistema binominal, porque en los hechos las primarias no le han dado el respiro que la ley suponía.

¿Qué es lo que está realmente detrás de este cambio? Como siempre en política, un cálculo estratégico.  En los últimos meses, después de los resultados municipales, el oficialismo ha venido constatando que, junto con la alta probabilidad de perder la Presidencia, podría perder un par de circunscripciones senatoriales y varios distritos de diputados; el equilibrio (o empate) del Congreso podría verse seriamente amenazado. Lo mismo piensa la Concertación.

Estas apreciaciones crean dos escenarios que funcionan como un espejo, con dos caras invertidas. La primaria del oficialismo es sencilla: se realiza entre dos partidos socios, con dos líderes que los representan a cabalidad y quien pierda queda en posición de equilibrar la fuerza del que gane. Sin embargo, a esta simplicidad la Alianza le ha agregado una complicación: el volumen de votantes que lograrán llevar a la primaria. Es lo que Allamand ha llamado "efecto Cristina", por la presidenta argentina: si los adversarios llevan muchos más electores, la presidencial quedaría automáticamente predeterminada en su contra. Esta angustia es un incentivo para el acarreo, eso es, para que las máquinas partidarias movilicen a sus adherentes. ¿Cuál será más fuerte entre los candidatos oficialistas: la de la UDI, que tiene más diputados, o la de RN, que tiene más concejales? ¿Y si las cosas fuesen al revés, si la Alianza logra llevar más votantes, se podrá entender que por ese hecho vencerán a Michelle Bachelet?

La de la Concertación, al revés, es una carrera de cuatro bandas. La ventaja ostensible de Bachelet hace que el eje de la primaria se desplace hacia el competidor más cercano: si es José Antonio Gómez se producirá una izquierdización del bloque opositor; si en cambio son Claudio Orrego o Andrés Velasco predominará el regreso hacia el centro, con un énfasis ético-político en un caso o técnico-político en el otro.

Pero en los dos bloques, al menos para la contienda presidencial, ya está conseguida la supuesta legitimidad que según la teoría otorgan las primarias. Los que no participan en ninguna de las dos dirán que se trata de primarias "truchas", pero eso es parte de los discursos construidos antes de la inscripción, de la ley y de la idea. Son piezas de ubicación en la escena, no definiciones de fondo. Con ellas postulan, en la última línea, al voto de rechazo, pero este voto siempre ha disfrutado más de la marginalidad que de la eficacia.

Las primarias parlamentarias son otra historia, en parte porque aquí es donde apuntaban las demandas de renovación. Estimulado por el miedo a la derrota, el oficialismo ha decidido más bien abandonar una idea que nunca le gustó demasiado. Renovación Nacional abrirá unas cuantas competencias locales (no las grandes) y la UDI le concedió a Pablo Longueira un dedo mexicano para mover a los postulantes según lo que él estima que son las conveniencias del partido.

La operación de la UDI es movida por un instinto defensivo y presentada con las vestimentas del sacrificio -dos clásicos del leninismo. El problema del poder se pone por encima de las virtudes secundarias de la participación o la legitimidad.

Al otro lado, en la Concertación, el Partido Socialista ha intentado hacer lo mismo: maximizar sus posibilidades de ganar presencia en el Congreso. Pero en este caso las perspectivas de triunfo crean los incentivos contrarios: los aspirantes no aceptan quedarse abajo del tren imaginario de la victoria y se rebelan -por ahora- contra las decisiones de conveniencia que intenta explicar la directiva. El problema no es Camilo Escalona, ni tampoco lo son Rabindranath Quinteros o Juan Gabriel Valdés, sino las expectativas de entrar a Valparaíso en conjunto con el regreso a La Moneda.

El PS enfrenta el múltiple problema de ser el dueño, el súbdito y el guardián de la candidata favorita para la Presidencia, pero también de negociar con otros tres socios que defienden intereses similares al suyo. El cuarto participante, el PC, guarda un prudente silencio porque a estas alturas es el más favorecido por el sistema binominal (gracias a los cupos reservados por omisión) y porque el debate sobre las primarias está fuera de su esfera disciplinaria y de supervivencia.

Como consecuencia de estas apreciaciones estratégicas, las primarias de la renovación, esto es, las parlamentarias, han perdido su contenido conceptual para transformarse en los instrumentos de operaciones más banales. La próxima vez que se quiera aliviar el cerrojo que representa el sistema binominal será preciso encontrar una fórmula más eficiente. Más profunda. Más seria. Por ejemplo, una reforma sustancial.

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