La caída del energúmeno




LAS LIMITACIONES del periodismo nacional son bastante notorias, y no hay más que ojear un diario o revista, encender la radio o mirar los noticieros de televisión para reparar en una o en varias de ellas a la vez. Aun así, por empobrecida que hoy esté la actividad periodística, en nuestros medios todavía no ha surgido la figura del comunicador energúmeno, personaje que campea en lugares donde, paradójicamente, el ejercicio del periodismo es por lo general excelente. Pienso en Estados Unidos y específicamente en Bill O'Reilly, el matón televisivo que cayó en desgracia hace un par de semanas a raíz de una serie de acusaciones de acoso sexual, práctica por lo demás común en su espacio de trabajo (Roger Ailes, fundador y presidente de Fox News, se vio forzado a dejar su cargo el año pasado a causa de lo mismo).

La defenestración de O'Reilly es un hecho espectacular por diferentes razones, partiendo por la que permite apreciar la venganza ideológica entre dos gigantes de la prensa: fue el New York Times, un periódico liberal, el que investigó y publicó los pecadillos de O'Reilly, personaje que, a su vez, denostaba apenas podía al mencionado diario desde su posición estelar en un reino ultraconservador, la cadena Fox. En el ámbito de lo reducido, de lo cercano, conozco personas que hoy por hoy estarían dispuestas a sacrificar un dedo del pie si tal mutilación les hubiese asegurado que la caída de O'Reilly iba a ocurrir antes de las elecciones presidenciales de noviembre pasado: en su calidad de brutal fustigador de los demócratas, de conspirador insigne, de líder de un rebaño odioso, O'Reilly aportó mucho, quizá más que nadie, para que Donald Trump resultase electo presidente.

Ver The O'Reilly Factor, el programa que se transmitió de lunes a viernes por 20 años en horario prime, era una experiencia intensa y, en varios sentidos, repulsiva. Bill O'Reilly encarna en su católica persona vicios y defectos que la mayoría de la gente tiende a rechazar: racista, violento, intrigante, falsario, inmisericorde, fundamentalista, arrogante, homofóbico, atrabiliario, moralista, soberbio, vengativo, incendiario. Otro rasgo de su carácter, difícil de encapsular en una sola palabra, deja ver cierta debilidad por favorecer al poderoso y castigar al necesitado. No obstante, fueron precisamente esas taras las que convirtieron a O'Reilly en uno de los periodistas más poderosos del mundo, en vocero, pastor y modelo de una grey anónima e infame que, con el correr del tiempo y bajo el incesante adoctrinamiento del maestro, llegó a sentar a uno de los suyos en la Casa Blanca.

Es obvio que la expulsión vergonzante que sufrió de parte de Fox News -después de todo, el conductor era el rey de la televisión por cable estadounidense, su programa el más visto del país y sus seguidores se contaban por decenas de millones- no significará el fin de Bill O'Reilly. El tipo se va a reinventar en un dos por tres y le lloverán ofertas de trabajo (tampoco es que ande necesitado: Fox le pagó 25 millones de dólares por rescindir su contrato). Y esto viene a ser bastante normal: un país polarizado exige la presencia y la supervivencia de adalides furibundos que caldeen el ambiente hasta el punto de la saturación ideológica. Lo raro, lo verdaderamente insólito del episodio es la ingenuidad de aquellos estadounidenses que juran que la caída de O'Reilly constituye un signo de que los tiempos están tornando hacia a la moderación.    

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