¿La casa de todos?




Mucho se ha especulado en torno a la participación que se registrará en las próximas elecciones presidenciales. En efecto, durante las últimas dos décadas hemos experimentado un sostenida baja en el interés por los procesos electorales. Y para esta ocasión en particular, hay dos fuerzas políticas que están observando con especial atención este fenómeno.

La primera es Chile Vamos, pues aunque las preferencias de las abstenciones no se reparten de manera muy diferente a la de quienes concurren a sufragar, es esperable que una mayor abstención pueda afectar a las huestes de centroizquierda. Una segura derrota, sumado a profundas divisiones, y para qué decir del deterioro experimentado en el oficialismo, contribuyen a la desesperanza y frustración de los electores que tradicionalmente han preferido a dicho sector. De esa manera, una mayor caída en el interés por estas elecciones, podría acercar a la derecha a un triunfo en la primera vuelta electoral.

La otra fuerza política que mira con especial atención a esta variable es el Frente Amplio. Detrás de su apuesta inicial, y de su génesis podríamos decir, está el objetivo de seducir y convocar a un conjunto de electores que tradicionalmente se han mantenido fuera de los procesos electorales. La convocatoria de este sector para las pasadas primarias no fue un buen augurio, y nada hace indicar que las cifras vayan a modificarse sustancialmente. La verdad sea dicha, es que resulta contradictorio haber construido un relato que deslegitima la densidad de nuestra democracia, para ahora, cuando ellos participan en el proceso, pretender que los ciudadanos sí validen un sistema que tradicionalmente han cuestionado.

Puestas así las cosas, a días de resolver esta incógnita, y más allá del específico efecto sobre algún partido, coalición o fuerza política, creo que deberemos revisar más profundamente las causas que han contribuido a que los ciudadanos se retiren del espacio institucional y, cada vez más, dejen en manos de pocos decisiones que nos conciernen a todos. Vendrá quizás una nueva discusión sobre la voluntariedad del sufragio, debate donde muchos de los que hicieron oídos sordos al clamor de quienes nos opusimos a tan absurda reforma, tendrán que no solo reconocer que estaban equivocados; sino, cosa más difícil todavía, viabilizar una vuelta atrás en este proceso.

Pero la discusión pendiente, y quizás la más relevante, no es la que atañe a la demanda electoral. El problema fundamental es la calidad de la oferta política que se le hace a los ciudadanos, la que sumada a un descrédito en la solvencia de nuestras instituciones y a una arraigada convicción de que nuestra democracia no representa de manera equitativa los intereses de todos los ciudadanos, solo se profundizará a menos que hagamos algo radical.

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