La ciencia pop de Malcolm Gladwell




Todos hemos leído algún libro de Malcolm Gladwell o conocemos a alguien que nos ha contado una anécdota o destilado una enseñanza de un libro de Gladwell. El autor canadiense-inglés, colaborador regular de The New Yorker, está en todas partes: es muy solicitado en el circuito de conferencias -sus charlas en TED son populares- y sus libros llegan regularmente a las listas de los más vendidos.

Hay parodias (ver, por ejemplo, The Malcolm Gladwell Book Generator), y ha surgido una industria de imitadores de su estilo de "ciencia pop" (un crítico de la revista Slate lo define como "autoayuda de un sabelotodo"). No importa que tenga detractores de peso como Steven Pinker; lo que cuenta es que Gladwell parece haber encontrado la combinación adecuada para narrar historias fascinantes mientras el lector siente que aprende una verdad de rigurosa comprobación científica que va a contrapelo de lo que creía que sabía.

El nuevo libro, David y Goliat (Little, Brown and Company), insiste en la receta. Lo que Gladwell quiere demostrar esta vez es que, en la lucha entre débiles y poderosos, los débiles tienen ciertas ventajas que los poderosos no tienen, y que las desventajas pueden convertirse en una fuerza positiva, los defectos en virtudes. En la lucha entre David y Goliat, ¿por qué asumir que Goliat va a ganar? El Goliat de la leyenda era grande, pero eso lo hacía vulnerable si se enfrentaba a alguien tan pequeño y ágil como David, experto en el uso de la honda: según un experto en balística del ejército de Israel, una piedra lanzada a 35 metros de distancia por alguien hábil con la honda golpearía la frente de Goliat a una velocidad de 34 metros por segundo, "más que suficiente para penetrar su cráneo y desmayarlo o matarlo".

Con esos datos seductores en el prólogo, un lenguaje accesible y una capacidad admirable para usar expertos y experimentos no muy conocidos y consolidar sus argumentos con gráficos y estadísticas, Gladwell no había tardado en convencerme de que quizás era mejor ser el débil en una confrontación. Pero hay más ejemplos: están las chiquillas rubias de un equipo de básquetbol en Silicon Valley, más pequeñas que sus oponentes y con un entrenador indio que nunca ha jugado ese deporte; aun así, casi llegan a ganar el título de su división gracias a que el entrenador las hace jugar presionando en toda la cancha (con ese estilo de juego, un equipo débil supuestamente podía neutralizar las ventajas de un equipo de buenos pasadores y encestadores).

La primera parte del libro me la creí toda e incluso me conmoví: Gladwell es un genio, me dije (imaginé la película que haría Hollywood con las chiquillas rubias, con Sandra Bullock en el papel del entrenador indio). En la segunda parte, el paisaje se fue haciendo espeso, y comencé a desconfiar. Gladwell argumentó que había "dificultades deseables" que permitían que nos concentráramos en desarrollar otras virtudes capaces de llevarnos a la cima. David Boies, uno de los abogados más célebres de los Estados Unidos, es disléxico. Debido a sus dificultades con la lectura, Boies se puso a leer en la universidad resúmenes de los casos importantes y a ejercitar su memoria. De ahí a convertirse en un gran abogado, capaz de condensar para los jurados los detalles más importantes de un caso mientras otros abogados de formación convencional se perdían en el fárrago de las notas al pie de página, sólo había un paso.

Gladwell escoge los ejemplos que le convienen para reforzar su argumento y no nos dice que David suele perder en sus enfrentamientos con Goliat, que los equipos malos en cualquier deporte las más de las veces son derrotados, que los disléxicos lo tienen harto más complicado que los que no los son. Uno puede convertir defectos en virtudes, pero eso no significa que haya "dificultades deseables". Disfrutemos de las anécdotas de Gladwell, aplaudamos su deseo de ir contra las verdades establecidas y celebremos la diversidad de sus intereses. Pero también desconfiemos de sus conclusiones.

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