La ciudad a la altura de los ojos




Uno de los ejemplos más gráficos de cómo la arquitectura puede afectar negativamente el urbanismo de una ciudad es el Campus Bellavista de la Universidad San Sebastián. Ubicado en la esquina de Pío Nono con Bellavista, es decir en el corazón de un barrio con mucha actividad peatonal, gastronómica y turística, este edificio no sólo agredió la escala del barrio completo al imponer una mole de 27 mil metros cuadrados sino que, peor aún, prácticamente mató la vida de este sector a lo largo de una cuadra completa, la que va por Pío Nono desde Bellavista hacia el Parque Metropolitano. Una oscura y larguísima pared sin comercio, sin tiendas, sin absolutamente nada, convierten a esta cuadra completa en un espacio ciego, sordo y mudo. Por ende, en un lugar inhóspito, inseguro en la noche, donde no hay nadie que cuide a nadie ni personas que se relacionen entre sí.

"He podido apreciar la gran diferencia entre que haya o no haya esta confianza pública y casual en los dos lados de una calle. En el lado de la calle contigua al sector viejo de la ciudad, totalmente lleno de establecimientos públicos y con su acera siempre concurrida (…), los niños estaban perfectamente controlados. Al otro lado de la calle, la parte urbanizada, los niños se comportaban vandálicamente (…). Nadie se atrevía a detenerlos. Eran niños anónimos, de identidad desconocida. Las calles impersonales hacen gente anónima", relataba Jane Jacobs en su libro de 1961 Muerte y vida de las grandes ciudades, un clásico del urbanismo.

Hace más de medio siglo, Jacobs ya nos decía que "ha de haber siempre ojos que miren a la calle, ojos pertenecientes a las personas que podríamos considerar propietarios naturales de la calle", así como también afirmaba que "la acera ha de tener usuarios casi constantemente para así añadir más ojos a los que normalmente miran a la calle y también para inducir a los que viven en las casas a observar la calle en número y ocasiones suficientes".

Históricamente, la ciudad surgió como resultado del intercambio entre viajeros y vendedores que vendían sus mercaderías desde puestos. Luego, esos puestos se convirtieron en edificios y los senderos se convirtieron en calles. Entonces, muchas de las funciones urbanas se trasladaron al interior. "Los edificios urbanos se han vuelto más grandes y correspondientemente introspectivos y autosuficientes. Lo que queremos de la planta baja de los edificios urbanos es diferente de lo que queremos de las otras plantas. La planta baja es donde se encuentran la construcción y la ciudad, donde nosotros los urbanitas tenemos nuestros encuentros cercanos con los edificios, donde podemos tocarlos y ser tocados por ellos", escribe Jan Gehl, el danés responsable de transformar a su país en un ejemplo de movilidad sustentable y de ciudades pensadas para las personas.

Una excelente guía recién lanzada por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo que se llama La dimensión humana en el espacio público, recomendaciones para el análisis y el diseño, explica que "después de haber diseñado nuestras ciudades a medida de nuestros automóviles, regresamos a crear ciudades para el ser humano, bípedo erecto, de poco más de un metro y medio de altura, que se mueve en el espacio de manera unidireccional a una velocidad promedio de un metro por segundo. Si la tradición del movimiento moderno nos ha enseñado a mirar la ciudad desde arriba, como aparece en un gran plan maestro y una gran maqueta, queremos regresar a ver la ciudad a la altura de los ojos".

Esa ciudad, Santiago en este caso, necesita cambiar su legislación urbana para incentivar el desarrollo de edificios en que haya conexión entre el interior y el exterior, a través de premios en superficie construible a proyectos que entiendan la planta baja como una planta urbana, como el espacio en que la obra arquitectónica conversa con la ciudad y enriquece la calidad de vida de la cuadra y el barrio. Eso existe en naciones más desarrolladas y ya es hora de que llegue a Chile. Necesitamos calles con muchos ojos. Calles vivas. Calles con cafés, restaurantes, peluquerías, heladerías, librerías, quioscos, ferreterías, galerías de arte, rotiserías, cordonerías. Calles con gente. Lo que no necesitamos es la miopía y el egoísmo de una casa de estudios, donde paradojalmente se aloja su Facultad de Arquitectura, que apuñala el alma de una cuadra completa.

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