La despedida




Lo primero que la retroexcavadora empezó a demoler fue el capital de credibilidad de la corriente de centroizquierda que encabezó la transición e hizo progresar a Chile durante 20 años. Para ello, se unieron los sectores que, aunque integraron los gobiernos concertacionistas, querían una alianza "más avanzada" -en lo posible sin la DC o con ella en posición subalterna-, y quienes constituyeron la oposición de izquierda a los gobiernos de la Concertación y deseaban probar que la historia estaba mal escrita.

Así, la corriente que gobernó con sentido nacional y realismo, y que llevó a Chile al punto más cercano al desarrollo en toda su historia, fue puesta a la defensiva tanto en la calle como en La Moneda.

La Nueva Mayoría fue un precario pacto de poder que no podía perdurar. Representó la hegemonía de una izquierda más bien retardataria, nostálgica del socialismo después del derrumbe del socialismo. Esa izquierda, arropada por Bachelet, creyó que con su gobierno se reiniciaba la lucha contra los capitalistas para redimir al pueblo (la visión CUT), pero no percibió que Chile había cambiado de tal modo que el pueblo era distinto al imaginado. Lo que hizo fue fomentar la incomprensión sobre la vía del progreso, pero sin claridad alguna sobre lo que ofrecía a cambio. Por eso, este gobierno generó desconfianza, inhibió la inversión, quitó vitalidad a la economía, y a la vez incrementó la deuda pública y el déficit fiscal. Si la aplicación del programa bacheletista no causó daños más graves fue porque la sociedad opuso resistencia.

Quienes llaman a "la unidad de todos los progresistas" para la segunda vuelta conciben la unidad como mescolanza. Sin embargo, es incompatible la unidad entre quienes se identifican con la cultura de la libertad y quienes estimulan la centralización burocrática y el endiosamiento del Estado. No pueden estar juntos los que se oponen a todas las dictaduras y los que apoyan a las dictaduras de izquierda.

Los llamados a la unidad de emergencia no alcanzan a tapar las miserias oficialistas, sobre todo en el PS, en cuyo seno quedó en evidencia el peso de personajes como el alcalde Aguilera: pese a que renunció como militante y luego fue expulsado, mantiene intacta su cuota de poder en el padrón electoral interno y en el comité central.

La DC tomó distancia del bloque socialista-comunista justo a tiempo, pero le espera un camino pedregoso. Si quiere defender su identidad y dejar de hacerse eco de consignas ajenas, necesitará actuar con coraje. El notable esfuerzo desplegado por su candidata presidencial puede ser el comienzo de la recuperación.

En el nuevo ciclo hará falta una fuerza que encarne la voluntad de perfeccionar la democracia, construir grandes acuerdos, bregar por el crecimiento económico, combatir las injusticias y reforzar la cultura de la solidaridad. Es el reto que no pueden eludir los socialcristianos y los socialdemócratas.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.