La fuerza de Bachelet




TENÍA POCAS expectativas respecto de este último mensaje presidencial. Pensaba que iba a ser una triste ceremonia del adiós .Me imaginaba el típico inventario tedioso que prepara cada ministerio, sin mística, sin nervio, con muchas explicaciones y poco relato. Imaginaba también un público respetuoso pero distraído y a una presidenta con ganas de que todo terminara pronto.

Me llevé una buena sorpresa. Este fue de lejos el mejor de sus ocho mensajes. Tuvo muchos méritos. El principal: la fuerza de la Presidenta para sobreponerse a un escenario adverso.

Este ha sido el gobierno más mal tratado por los medios y la opinión pública en toda la historia ya larga de la transición. Las críticas a la Presidenta traspasaron todos los límites. De la crítica política se pasó a la descalificación personal. Su núcleo familiar íntimo fue objeto de burlas y escarnio. Su honestidad e idoneidad fueron puestas en entredicho. Esto no se había visto nunca.

La de Michelle Bachelet no es la historia de una vida fácil. Hay episodios muy dolorosos en su biografía pero fue siempre capaz de sobreponerse y logró salir bien parada de un escrutinio público tan exigente como el de una campaña presidencial. Examen tanto más difícil tratándose de una mujer. No era fácil. Chile tenía que acostumbrarse a ser presidido por una mujer. Lo consiguió y tan bien que logró algo muy excepcional en la historia republicana: reelegirse por un segundo periodo, apoyada por una fuerte mayoría.

La historia de Michelle Bachelet no es tampoco la del político que desde muy pequeño decide entrar a una carrera que se sabe áspera y llena de obstáculos y genera las defensas correspondientes. En su caso, la presidencia ha sido más bien una obligación impuesta por las circunstancias que la culminación de una carrera planificada.

Por eso los ataques resultaron especialmente dolorosos. Hay políticos a los cuales éstos terminan resbalándoles. A ella no. Y se le notó. En varias oportunidades se la vio cabizbaja e incluso triste. La cercanía y la empatía, atributos indiscutidos, parecían diluirse.

El 1 de junio fue distinto. Esta vez mostró aplomo y convicción. No fue autocomplaciente, reconoció que las cosas se pudieron haber hecho mucho mejor. Y de esto no cabe duda. Pero, defendió con gran fuerza la idea que durante estos años se dio inicio a un proceso de reformas indispensable para enfrentar las desigualdades y asegurar un piso mínimo de protección social.

En el mensaje mostró un número importante de avances en materia política, social y también económica. Desmienten la visión de país estancado y arrasado que proyecta permanentemente la oposición.

Lo que se construyó durante estos años en el plano de las grandes reformas es todavía una obra gruesa. Es evidente que se cometieron errores. Hay cosas que se debieron hacer antes como, por ejemplo, el fortalecimiento de la educación pública. El terreno está todavía lleno de escombros. Pero, hay que reconocerle a este gobierno que se atrevió a hacer lo que ningún otro había hecho: emprender reformas muy costosas en el corto plazo y cuyos frutos se cosecharán en tiempos mayores. Y se atrevió también a plantear temas hasta ahora tabú como el aborto en tres causales. Esto es exactamente lo contrario del populismo.

La obra gruesa iniciada admite múltiples terminaciones. La campaña presidencial en curso será el espacio en el que se confrontaran posiciones. Habrá muchas propuestas. Dificulto en todo caso que alguien proponga pasar una retroexcavadora por la obra gruesa levantada.

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