La fuerza del cambio




ES BASTANTE probable que quienes piensan que a Chile no le conviene pensar en una nueva Constitución sientan un cierto alivio. Al mirar el panorama político comprueban que, efectivamente, son otros los temas copan la agenda pública actual. Comprensiblemente, la atención ciudadana se concentra hoy en la necesidad de un mayor crecimiento económico, las demandas por mejores pensiones, el reclamo por más seguridad, etc. Supongo, además, que los defensores de la Constitución de 1980 observan complacidos la debilidad -¿transitoria?- que exhiben las fuerzas políticas reformistas. Después de la efervescencia de 2011, las mayorías electorales de 2013 y el ejercicio participativo de 2016, entendería que, para efectos de sus temores, esos amigos momios sintieran que "ya pasó lo peor".

Sin ánimo de arruinarle la tranquilidad a los partidarios del status quo constitucional, quisiera plantear que, en mi opinión, ellos se equivocarían si confundieran el hecho que un tema pierda, transitoriamente, preeminencia, con el eclipse definitivo de una demanda social. La demanda por una nueva Constitución no es una moda superficial. Es un reclamo profundo y extendido. Por lo mismo, tiene una fuerza propia que sobrevive a los altibajos de la Cadem semanal. La juventud es particularmente sensible a este problema. No pasará mucho tiempo para que vuelva con mucha fuerza al centro de la agenda. Mientras tanto, hay que saludar a quienes abordan, con argumentos, los problemas de fondo involucrados. En ese sentido, quisiera invitar a leer un excelente libro nuevo. Me refiero a "Una Nueva Constitución para Chile", de Genaro Arriagada, Jorge Burgos e Ignacio Walker. El texto, que será lanzado pasado mañana, contiene un diagnóstico reflexivo sobre nuestros problemas institucionales y discute con altura de miras cuáles serían las mejores soluciones. Se trata, sin duda, de un aporte sustantivo para el análisis de una cuestión importante.

No me cuesta mucho, en todo caso, imaginar la reacción que producen columnas como éstas en amigos conservadores. "¡Dale con la misma historia!", "¿Hasta cuándo la majadería del cambio constitucional?" o "¿Cuándo se va a dar cuenta Zapata que esta es una idea sin destino?".

La verdad es que ese tipo de reacciones de ninguneo las he visto muchas veces antes. Y de parte de los mismos. Las experimenté allá por 1999 cuando gente como Joaquín Lavín decía que las propuestas para eliminar los senadores designados y la inamovilidad de los comandantes en jefe le importaban un comino a la gente. Las viví allá por el 2006 cuando escuché decir que el tema del sistema electoral era una obsesión libresca. O en 2010 cuando los mismos de siempre reclamaban que el tema del voto chileno desde el extranjero no le interesaba a nadie. El hecho es que, como lo sabemos, la estrategia del ninguneo no funcionó. Los senadores designados fueron eliminados. El binominal ya no corre. Este noviembre nuestros compatriotas en Suecia o Australia van a poder votar.

La demanda por más y mejor democracia está viva. A diferencia del ninguneo complaciente de la derecha, propuestas como las de Arriagada, Burgos y Walker contribuyen a enriquecer ese debate y señalan caminos de salida.

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