La gratuidad que divide




El tema de la gratuidad en la educación superior divide a la derecha. Diputados de RN quisieron votar a favor del aumento de la gratuidad hasta el sexto decil, pero Sebastián Piñera los convenció de que no era una buena idea. Felipe Kast, por su parte, tildó de populista al exmandatario por defender la idea de mantener la gratuidad para el 50% y, al revés, el senador Ossandón lo criticó por quedarse corto y oponerse a la gratuidad universal.

Hay varios motivos para pensar que la razón está de lado del expresidente. Desde luego, en política hay que tener una dosis de "realpolitik", es decir, de percibir la realidad como es y no como la imaginamos. Es impensable que la gratuidad hoy vigente para el 50% de los estudiantes de menores recursos en las 44 instituciones adscritas y con 250 mil beneficiados, pudiera echar pie atrás. Se la puede perfeccionar, porque está mal diseñada, pero abatirla no tiene sentido. Aceptar la gratuidad para el 50% pasó a ser un hecho de la causa bajo el prisma de una razonada estrategia política, donde costo cero para los estudios tiene hoy beneficios sociales en las familias elegibles que hay que ponderar y no puede quedar al margen del análisis.

Conviene recordar, que se trata de familias vulnerables, cuyos ingresos monetarios mensuales se hallan entre 0 y $150.000 por persona. ¿Se logra el mismo resultado con un crédito hasta el arancel de referencia? Sí, pero solo en parte. Es cierto que se baja la barrera a la entrada porque no se paga todo el arancel, pero el estudiante mantiene un pago por la brecha con el arancel real no cubierto con el crédito. ¿Qué tan importante es esta diferencial? Se estima, en promedio, del orden de $ 50.000 mensuales que salen del bolsillo de las familias, cifra no depreciable que, en el margen, afecta la decisión de entrar o no a la educación superior. Por otro lado, tampoco se trata de abrazar el verdadero populismo, y de los caros, que es postular una injusta gratuidad, inclusiva para los ricos, con un costo fiscal del orden de los U$ 3.500 millones, habiendo tantas otras urgencias sociales que no reciben la atención que se espera de un Estado que se dice solidario.

¿Cómo manejar la gratuidad del 50% que aparentemente llegó para quedarse? Primero, introducir de verdad el mérito en su asignación. La condición de vulnerabilidad es necesaria, pero no es suficiente.

Debiera existir un amplio margen para que estudiantes vulnerables y muy meritorios gocen de gratuidad total y cuando se den condiciones de menor vulnerabilidad y menor mérito la gratuidad sea parcial y el copago se financie con un crédito contingente al ingreso. Es aquí donde el crédito puede ser útil para liberar recursos fiscales. Segundo, hay que resolver los déficits en que incurren las universidades adscritas a la gratuidad por las brechas entre el arancel real y el regulado y extender la gratuidad a los estudiantes que actualmente son discriminados por pertenecer a instituciones que no se han sumado a ella. En ambos casos, hay un problema fiscal de por medio que hay que enfrentarlo con prudencia y responsabilidad, sin alentar falsas promesas que el país no es capaz de satisfacer como la gratuidad universal. Pero tampoco pretender una ilusa vuelta atrás que hoy no tiene cabida.

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