La huella




Cuando Michelle Bachelet decidió enterrar a la Concertación en 2013, y crear en su lugar una alianza más acorde con sus ideas y sentimientos, sobre todo por la incorporación del PC, es posible que haya creído que estaba interpretando los signos de los tiempos. No solo eso: al parecer, estaba convencida de que era necesario reescribir la historia. Así, según la visión de los nuevos redactores, la transición democrática había sido una época de oscuras componendas para dejar las cosas tal como estaban con Pinochet. La Nueva Mayoría (NM) iba a terminar con las transacciones.

Sorprendentemente, Bachelet le debía todo a la Concertación, en particular las oportunidades que tuvo como ministra de Salud y de Defensa del Presidente Lagos, y que le permitieron saltar a la fama. Sin embargo, hasta 2013 no conocíamos su verdadera filiación. Esa fue la base de un gran equívoco. Ella volvió a la presidencia porque los chilenos guardaban un buen recuerdo de su primer gobierno y de los 20 años concertacionistas, no por otra razón. Si ganó notoriedad internacional fue por el respeto e incluso admiración que concitó nuestro país por el camino recorrido desde 1990. Aún así, ella bajó el pulgar para que la Concertación fuera sepultada sin honores con el fin de abrirle paso a la NM, el bloque supuestamente más avanzado que ella concibió para impulsar el giro a la izquierda que suponía que estaban pidiendo los chilenos.

Mucha gente que votó por Bachelet hace cuatro años no lo haría de nuevo de ninguna manera. De todos modos, los estrategas de La Moneda, preocupados de que la Mandataria deje su huella, le aconsejan presentar el proyecto de nueva Constitución entre la primera y la segunda vuelta, con vistas a provocar "impacto electoral". Es difícil concebir una maniobra más contraria al espíritu republicano.

Los dirigentes oficialistas fantasean hoy con la suma de todos los votos antiderechistas en la segunda vuelta para convertir a Guillier en presidente. En realidad, las pulsiones antiderechistas o anti izquierdistas les dicen cada día menos a los electores. El mundo es más complejo que eso. Está demostrado, por ejemplo, que no existe una única identidad de izquierda, sino varias y algunas abiertamente antidemocráticas. Además, si se trata de sentimientos negativos, son más intensos los que inspira el oficialismo.

Bachelet se prepara para trabajar de nuevo en la ONU. Tuvo corta vida la alianza espuria que formó, pero los costos del rumbo errático y las reformas defectuosas de su gobierno serán muy altos. Es un sarcasmo que, yendo hacia la izquierda, esté a punto de entregarle otra vez la banda presidencial al líder de la derecha.

¿Sacarán alguna lección los democratacristianos sin complejos y los socialdemócratas auténticos, que en su momento aceptaron las ambigüedades, no defendieron lo que debían defender y se dejaron amedrentar por la izquierda populista? Ojalá.

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