La mirada de Sarlo




Beatriz Sarlo representa la figura  del  intelectual  público  e  independiente   -rara vez ambas condiciones se dan juntas- por antonomasia. Hoy su nombre en YouTube arroja principalmente las apariciones que ha tenido en programas políticos de Argentina, pues desde 2011 se ha convertido en un tábano para el kirchnerismo.

Su trabajo, sin embargo, está lejos de agotarse en la coyuntura. Las intervenciones políticas de Sarlo se sostienen en el prestigio adquirido como crítica de la cultura contemporánea. Durante 30 años dirigió la revista Punto de Vista y desde allí realizó lo que distingue a todos los grandes críticos: apoyar una obra hasta entonces bastante desconocida y contribuir a su consagración. Ella se la jugó por Juan José Saer, un autor exigente, cuyo lenguaje arborescente revela la inestabilidad del mundo, de nuestras percepciones, al penetrar en lo que Sarlo llama "puntos, vetas y grietas de lo real".

Tiene otros textos indispensables que permiten entender la ciudad como mapa de la segregación social, el mall como único horizonte de los espacios que desean recuperarse o el reemplazo en el discurso político de la palabra "pueblo" por el aséptico concepto de "gente". La amplitud de registros también se aprecia en la literatura: sus estudios abarcan desde la novela sentimental (Signos de pasión) hasta el ya clásico Borges, un escritor en las orillas.

Su extraordinario libro Plan de operaciones puede leerse como una biografía cifrada. El volumen reúne escritos sobre tres críticos fundamentales en su formación: Roland Barthes, Walter Benjamin y Susan Sontag. Es una especie de homenaje que entrega, al mismo tiempo, las señas para comprender de dónde viene Sarlo, los detalles que le importan y su sensibilidad.

De Benjamin adquirió la mirada microscópica, esa capacidad para desplegar su análisis a partir de observaciones muy puntuales: la ropa y los gestos de Cristina K en su aparición después de la enfermedad, el decorado del centro comercial de Abasto, la Magnum que porta un comerciante de artículos chinos como quien fuera Clint Eastwood. Con Barthes comparte la precisión para detectar las trampas del sentido común y con Sontag el estado de alerta ante la actualidad.

Plan de operaciones termina con una crónica en la que cuenta el encuentro que tuvo con Susan Sontag en 1985, en una pequeña sala de cine de Nueva York en la que daban Berlin Alexanderplatz, de Fassbinder. La exhibición de la película -de 15 horas- contemplaba intermedios cada cinco horas para que la gente fumara, comiera o simplemente estirara las piernas. Sarlo no quiso hablarle, pero al ingresar nuevamente a la sala se sentó una fila adelante.

Un dato al margen: Sontag tiene un ensayo notable en el que plantea que Fassbinder fue el primero en darse cuenta que una película convencional, de 90 o 120 minutos, podía basarse en un cuento, pero para atender a los personajes secundarios y a las subtramas que componen toda novela, el formato debía ser muchísimo más largo. De ahí que en Europa se viera Berlin Alexanderplatz en 14 capítulos a través de la televisión. Ahora que las series se han puesto de moda, es bueno tener presente que nadie ha llegado tan lejos en términos de densidad moral y estética como el gran Fassbinder.

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