La moralina de Beatriz Sánchez a Melnick
Beatriz Sánchez planteó un punto moral para no ir a un programa político. Le era imposible, pues uno de los panelistas fue ministro de la dictadura. Sánchez va tercera en las encuestas, con posibilidades de pasar a segunda vuelta y de convertirse en Presidenta. Por tanto, es importante detenerse en su veto, pues puede implicar un modo en que su eventual gobierno verá la relación con los medios.
El desprecio a Melnick es comprensible. Suele ser solícito con Piñera, pese a que lo incluyó en el grupo de cómplices pasivos de los años de horror, y excesivamente crítico de las políticas de Bachelet, pese a que su empresa Anticipa recibió decenas de millones de pesos por su rol en la configuración del Transantiago.
También suele ser duro contra los gobiernos de Venezuela, Norcorea y Cuba, que quedan suficientemente lejos como para permitirle disfrazarse de demócrata, y no se le ha escuchado nunca palabra para los torturados, familiares de ejecutados políticos o exiliados (entre los que me incluyo) por el gobierno del que fue parte. Bajo su lógica retorcida, los cubanos, venezolanos o norcoreanos tienen más DD.HH. que los chilenos.
Pero nada de eso justifica vetar su rol de panelista, salvo el obvio de ocupar el control remoto para cambiar de canal cuando se explaya en su verborrea conservadora. Mucho menos podría hacerlo una candidata presidencial. Bajo su lógica, no podría asistir a algún programa periodístico donde exista algún panelista con cierta pasión por el autoritarismo. Un asunto que puede volverse peligroso para la libertad de expresión si logra llegar a La Moneda y, por tanto, tener poder real.
Sánchez debió haber elegido el camino de otros actores que han ido al programa y enfrentaron al panelista. Habilidades para ello tiene de sobra y lo ha demostrado en espacios televisivos más complejos. Habría sido aplaudida por las audiencias y ganado muchos más méritos que un par de likes en las redes sociales por personas que ya tienen decidido su voto. El Frente Amplio tiene una dura tarea en ampliar su base electoral y demostrar que son capaces de convocar a más personas que sus votos cautivos en los barrios altos de Santiago. Buena parte de esas audiencias se conquista en televisión, que sigue siendo el medio más importante de los chilenos para formarse opinión sobre las candidaturas. Su coalición debiera tener eso claro. Pese a los pocos votantes que lograron, el hecho real que los posicionó en la carrera fue su decisión de ir a primarias, y con ello tener franja televisiva, lo que les proporcionó conocimiento y aumento en las preferencias. Sin la pantalla que tuvieron estarían peleando el voto marginal de izquierda con Artés o Navarro.
Excluirse de tal ejercicio por vilipendiar a Melnick solo daña las posibilidades de Sánchez de llegar con su mensaje a más personas y, curiosamente, favorece al panelista de ultraderecha, que podrá exhibir entre sus méritos haber asustado a la candidata.
Sánchez, en su regla valórica, como definió su decisión de no ir al programa, cometió otro error. Ha terminado atrapada en la lógica maximalista de RD, el partido que la apoya, que suele mirar los asuntos públicos con una moral más parecida al Gorrión Supremo de Games of Thrones que a la de un movimiento que aspira a tener el poder en un país democrático. Además, esta regla puede terminar jugándole en contra: su esposo es editor de un periódico que no solamente apoyó sin ambages a la dictadura de la que fue parte Melnick, sino que fue clave en la conspiración para derrocar a un Presidente elegido democráticamente.








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