La paradoja animal




Hace algunos años que el munfdo entró en un periodo de caos. La crisis financiera del año 2008 y la revolución tecnológica han desestabilizado los equilibrios existentes en la mayoría de las democracias del mundo occidental y, las elites, tanto políticas como empresariales ―e incluso las religiosas y deportivas― se han desprestigiado por el sinnúmero de casos que han reflejado su inconsecuencia y cuán instalada estaba la corrupción en ellas. Así, esta es una crisis que lo único que hace es demostrar, tal como ha insistido el liberalismo hace siglos, que el ser humano no es un ser virtuoso y, lo que es peor, que cuando llega a posiciones de poder se corrompe escandalosamente. ¿Cuál debería ser entonces la reacción racional ante esta situación «recientemente descubierta»? Una respuesta sensata sería relacionarse mucho más escépticamente frente a los líderes y que, como ciudadanos, les entreguemos el menor poder posible. Otra, complementaria, sería instaurar instituciones claras y estables, que sean capaces de controlar a dirigentes tanto ex-post ―con castigos y frenos―, como ex-ante ―con amenazas creíbles que los inhiban del mal actuar―.

El mundo, sin embargo, está ofreciendo otros remedios. Por ejemplo, la oleada de nuevos movimientos de izquierda del tipo Podemos en España, Frente Amplio en Chile o el liderado por Corbyn en Inglaterra proponen como solución justamente lo contrario: otorgarle mayor poder a los políticos y así un mayor control de las vidas de los ciudadanos. Estos movimientos proponen que los políticos decidan qué y quién educa, qué y dónde se invierte y un sinfín de otras políticas bajo el supuesto de que ellos, los virtuosos, sabrían qué es lo mejor para los ciudadanos. Vaya paradoja: ante el descrédito de alguien, mayor poder para él. Esta situación se repite al notar la fuerza de los liderazgos actuales como Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, Xi en China y Modi en India. Un británico señaló que esta popularidad es señal de que «se ha impuesto la biología»: él, observando nostálgicamente la pacífica y armoniosa vida que tienen los orangutanes en Ruanda, solo recordó que estaba frente a sus ancestros y cuán similares era a ellos cuando, de repente, apareció el macho alfa, tan necesario para ellos como, al parecer, para nosotros. A pesar de la imprenta, trenes y iPhones, seguiríamos «tan sumisos a la figura del líder como cuando vivíamos en las cavernas».  Esta paradoja entonces es quizás nada más el reflejo de nuestra esencia animal y del mito racional.

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