La política de los impolutos




Sea de derecha, centro o izquierda, quien comprende puede inclinarse hacia uno u otro polo: el de los discursos generales o el de lo real y concreto. Quien defiende "el programa", quien "avanzar sin transar", quien insiste en las reglas del mecanismo económico y no está dispuesto a flexibilizarlas, se halla más cerca de la primera posición. Se inclinan al extremo realista, los que buscan sumirse en la existencia concreta del pueblo y llegan a la intoxicación con los efluvios de la muchedumbre.

Ni uno ni otro extremo son actitudes a partir de las cuales pueda efectuarse una comprensión política correcta. Con el énfasis en las abstracciones y discursos, sufre la realidad, incluidos los individuos que se encuentran en ella. Las situaciones y esos individuos son peculiares, únicos, singulares. Están dotados de una hondura, de un significado específico, que son soslayados cuando se los somete simplemente a las reglas. Ningún programa general es tan sabio que pueda hacerse cargo de la infinita diversidad de lo concreto.

El extremo, por su parte, del que se entrega sin más a la calle y la realidad, termina volviéndose participación estética en la intensidad abigarrada de la existencia, pero es incapaz de llevarla a articulaciones que le ofrezcan caminos estables o institucionales de sentido.

Comprender políticamente exige tener un programa, discursos, ideas, ideología. Lo contrario no es política, sino capricho. Pero si esos programas no han de terminar convertidos en una máquina infernal, en un mecanismo manipulativo bajo el cual la delicada vida real termine chirriando, es menester que quien comprende políticamente no se quede en el nivel abstracto de las reglas y discursos y programas, sino que dé el paso hacia la dimensión de lo real, conozca la situación y a los individuos en ella, se empape de su espíritu y sus anhelos. Recién entonces, queda en condición de entender lo que ocurre. Luego de eso, puede volver sobre sus discursos y programas, los que adquirirán un nuevo sentido: su significado abstracto puede devenir concreto. Se hace posible, en ese momento, llevar los anhelos y pulsiones populares, la existencia concreta a una articulación conceptual, programática, a decisiones que reconociendo la situación le ofrezcan horizontes plenos de sentido.

Quien asume tareas de conducción política, en consecuencia, debe poseer, a la vez, capacidad de comprensión ideológica y aptitudes prospectivas, lograr entender reflexivamente discursos complejos y compenetrarse sinceramente con el drama de la vida cotidiana.

Si se repara con alguna detención en qué consiste comprender políticamente, entonces se vuelve criticable un fenómeno emergente en nuestra política. Desde hace un tiempo se escuchan voces que, de diversas maneras, pero persistentemente, claman por la pureza. Es Guillier dividiendo el mundo entre contaminados y no contaminados; es la nueva izquierda bajando candidaturas que se ensuciaron con unas copas de más; es Beatriz Sánchez excluyendo a casi todos, incluido el PC, del calificativo, vuelto moral: "ser de izquierda". Es también el intento, en cierta derecha, de purificar filas, descalificar nuevas corrientes por no ceñirse a sus escuálidas ideas de libertad. La fidelidad férrea con grupos claros de ideas da identidad y una sensación poderosa, la del elegido. Robespierre creía en algo así. Le llamaron "el incorruptible". Los impolutos en política, los que no transan sus programas, los impertérritos del ideal, son, también, los mismos que tienden a negarse a la realidad, compleja, resistente a los discursos, singular, más honda que la superficialidad de cualquier credo y frase armada por la mente. Los fieles acaban siendo también los dogmáticos.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.