La PSU y las prioridades en educación




Esta semana, 295 mil jóvenes rindieron la PSU, lo que les permitirá optar a uno de los 104 mil nuevos cupos que en 2018 ofrecerán las universidades suscritas al Sistema Único de Admisión, esto es, las 25 pertenecientes al CRUCh más otras 12. Quienes sean seleccionados, podrán postular a diversas ayudas estudiantiles que tienen como objetivo evitar que la falta de recursos sea un impedimento a la hora de acceder a este nivel educativo. De acuerdo a la última información reportada por el Mineduc, el total de ayudas entregadas en 2015 ascendió a cerca de 890 mil, lo que significa que, en promedio, 8 de cada 10 personas que asistió a educación superior recibió apoyo del Estado para financiar sus estudios. Entre las universidades del CRUCh, dicha ayuda permitió cubrir cerca del 60% del arancel promedio, mientras que desde 2016 comenzó a implementarse el programa de gratuidad para los estudiantes del 50% de menores ingresos, lo que significa que en su caso, la cobertura del arancel subió al 100%.

Sin embargo, independiente del apoyo financiero que los chilenos entregamos a través del Estado a los estudiantes, es un hecho que, dado el número de cupos disponibles, al menos dos tercio de quienes rindieron la PSU esta semana no lograrán acceder a este grupo de universidades más selectivas. ¿Quiénes serán? Aquellos que obtengan un puntaje insuficiente. Algunos optarán por matricularse en el resto de las instituciones que no exigen PSU –las que reúnen al 43% de la matrícula-, mientras que otros renunciarán a la idea de proseguir con estudios terciarios, sumándose así al mayoritario grupo de jóvenes de nuestro país que no asiste a este nivel educativo.

Leyó bien: grupo mayoritario que no asiste a educación superior. Es que, aunque durante los últimos años, uno de los temas más recurrentes en la discusión pública en nuestro país ha sido la educación superior, lo cierto es que 6 de cada 10 jóvenes de entre 18 y 24 años no logra llegar a ésta. Más aún, si sólo consideramos a las familias pertenecientes al 20% de menores ingresos del país, los jóvenes que no asisten alcanzan a 7 de cada 10.

¿Las razones? De acuerdo a la Encuesta Casen 2015, en los sectores más modestos, la mayoría no asiste porque debió incorporarse al mercado laboral; para ellos, estudiar supone un costo demasiado alto, y no tanto por el arancel que tienen que pagar (pues para ello disponen de la mentada ayuda financiera), sino que especialmente por lo que significa dejar de trabajar a tiempo completo y de percibir una remuneración de la que no pueden darse el lujo de prescindir. Es lo que los economistas llamamos un costo alternativo demasiado alto, que, ojo, no se resuelve ni siquiera con las generosas ayudas estudiantiles disponibles. Otro 22%, en tanto, considera que ya terminó de estudiar, es decir, ni siquiera tiene las expectativas o cumple con los requisitos para optar a este nivel educativo, mientras que sólo un 9% de quienes no asisten, se justifican directamente en motivos económicos.

Estas cifras debieran hacernos reflexionar sobre las prioridades del próximo gobierno en materia educacional. ¿Avanzar en la gratuidad de la educación superior a la que accede una minoría privilegiada? ¿O destinar los mayores esfuerzos para resolver las verdaderas barreras a la equidad educativa? Esto último significa mirar al nivel escolar e incluso preescolar, pues es ahí donde se producen y amplían las brechas que impiden que los jóvenes más modestos lleguen a la universidad.

Dado que los recursos son escasos, y que no podemos hacer todo a la vez, no parece justo priorizar a quienes han tenido las mejores oportunidades en el pasado, y que en el futuro serán los más aventajados. Más todavía teniendo en cuenta que, tal como se constata con la experiencia internacional –y de nuestro país con la gratuidad parcial que ya se está implementando-, la gratuidad impone un techo a los recursos para el sistema de educación superior, impidiéndole crecer, progresar y acoger a más alumnos. Ésta puede generar dividendos electorales, pues apunta a un grupo que se encuentra organizado y que tiene tribuna. Sin embargo, difícilmente permitirá resolver los problemas que verdaderamente aquejan a los invisibles, es decir, a quienes están –y lamentablemente seguirán estando- excluidos de este nivel educativo.

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