La república del silencio




En la concepción del poder que consciente o inconscientemente tiene Michelle Bachelet, el secreto parece ser central. Ella lo prefiere, lo cultiva, lo busca y lo exige a sus distintos círculos de confianza.  La gran duda es si con un esquema de relaciones así es posible gobernar una sociedad tan intrusa y desconfiada como la nuestra.

Aún el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet no se inicia y ya los medios comienzan a sentir el apagón informativo que se avecina. Son los últimos días del gobierno de puertas y líneas abiertas de Sebastián Piñera. El Presidente podrá tener muchos defectos, pero entre ellos no está el ocultamiento. Su problema a menudo fue más la incontinencia que el silencio. Habló bastante y habló con todos, rompiendo -por ejemplo- con la práctica de los dos gobiernos anteriores que restringieron las entrevistas radiales del Presidente a puras emisoras incondicionales o regalonas. Piñera en este plano jugó limpio. Hablar mucho es a veces una desventaja en política. Pero no hablar y hacer del manejo de los asuntos público un juego de cartas tapadas puede ser mucho peor.

Las cosas van a cambiar y de hecho ya cambiaron. En la concepción del poder que consciente o inconscientemente tiene Bachelet el secreto es central. Lo raro es que lo sea tanto para las cosas importantes como para las que no lo son. La manera en que armó su gabinete lo dice todo. Llegó al extremo de preocuparse mucho más de proteger las incógnitas que de evaluar los méritos de los designados para los cargos donde los estaba poniendo.  Juzgó más importante quebrarles la mano durante un día o dos a los infidentes que ahorrarse semanas de discusión improductiva con designaciones discutibles.

En lo que a todas luces fue un juego sordo y ciertamente infantil de embargos y lealtades, la presidenta ganó: medio Chile efectivamente, partiendo por los dirigentes políticos de la Nueva Mayoría, fue madrugado o sorprendido por muchos de los nombramientos. En lo sustantivo, sin embargo, como se vio después, quien quedó mal fue ella y lo concreto es que algunas de las nuevas autoridades han debido dar muchas explicaciones. Sólo algunas, porque también las instó a hablar poco. Hasta los más dicharacheros saben que en el Chile de hoy abrir la boca es riesgoso. Son varios los colaboradores de Bachelet que en el pasado quedaron a medio camino por hablar hipotéticamente más de la cuenta. "El que se mueve no sale en la foto". Los nuevos ministros y subsecretarios fueron notificados: todo lo que digan podrá ser usado en su contra. Bienvenidos a la república del silencio.

Siendo así, la política chilena lleva todas las de convertirse en una semiología un tanto críptica en la cual, a falta de verbo, habrá que aprender a leer el mutismo, los gestos y miradas. Vamos derecho al chisme, porque cuando falta la información florece el rumor. Que entró fulano, que salió zutana; que el de acá va en baja, la de allá en alza y este otro ya salió.

Personalismo y poder

Digamos las cosas como son. No es que el secretismo en este Chile cada vez más intruso, "cacareco" y abierto se haya vuelto glamoroso de la noche a la mañana. El fenómeno en realidad está conectado a otra cosa y es que pocas veces en la historia de Chile una sola persona -da lo mismo que sea hipersensible a la infidencia- acumuló tanto poder como el que tiene la Presidenta electa. El mérito, qué duda cabe, es suyo. Tiene un robusto mandato popular, 62% de la votación. Y fue gracias a su liderazgo, básicamente personal, que la Concertación logró levantarse de sus cenizas con el ropaje de la Nueva Mayoría. Aguanten, entonces. Está claro quién va a gobernar: ella. Está claro con quiénes: con su gente. Y también de qué modo: a su pinta.

La gran duda es si un esquema así puede tener cabida en el Chile de hoy. Sebastián Piñera, que algo aprendió en los cuatro años que estuvo en La Moneda, le diría seguramente que no, que ese fue su propio error y que tardó en reconocerlo. Algo parecido le diría la gente con mayor experiencia política de su coalición. La cátedra, atendida la velocidad de los cambios de la sociedad chilena, le diría también algo más: que el horno ya no está para logias ni círculos juramentados. En el Chile insurrecto y entrometido, en el país de las redes sociales, en el que condena las máscaras y adora tanto a Snowden como a Assange, con suerte hay espacio para la intimidad. Y no mucho que digamos. Los gobiernos, por lo demás, también se miden por su capacidad de forjar agenda y una administración que no habla lo único que consigue es dejarle la cancha libre a los otros.

Vamos a tener conflicto, por lo tanto. Antes con los partidos de la coalición que con la calle. Los dirigentes estudiantiles han bravuconeado bastante con su poder de veto -y lo ocurrido con la subsecretaria de Educación los reforzó esta arrogancia- pero lo cierto es que ni sus rostros ni sus causas fueron capaces de expandir el horizonte electoral de la Nueva Mayoría. Los partidos, en cambio, serán determinantes en el Parlamento y al momento de legislar harán sentir lo que valen. Gobernar no es cuestión de una o de uno. Gobernar -lo sabe la Presidenta, puesto que a ella se le fue entre los dedos la mayoría parlamentaria que tenía a los inicios de su primer gobierno- es un agotador trabajo de equipos.

El desafío es incluir

Precisamente porque lo sabemos es que el personalismo unido al secreto -al secreto exigido como prueba de incondicionalidad- es una construcción que nos parece tan intrigante como anacrónica. El secreto no hace más efectivo el ejercicio del poder, aunque sí lo torna más impredecible y misterioso. Tal vez este sea el rasgo que más seduce a Bachelet.  Se siente más protegida en el circuito cerrado que operando a la intemperie. Varios analistas han explicado esta debilidad suya en función de sus raíces en el mundo militar, de su decepción con un amor de juventud sospechoso de delaciones durante el régimen militar y de su formación política en la siniestra Alemania de Honecker. Es una explicación y, si así fuera, la presidenta lo va a pasar mal, porque al final no hay nada más alejado que el Chile de hoy a esas configuraciones y circunstancias. También caben otras hipótesis. Hasta es posible que la tendencia a sustraerse u ocultarse encubra simplemente falta de contenido o de densidad interior.

Lo importante, en cualquier caso, no va a ser pasar del secretismo a la transparencia. Lo verdaderamente importante será ir abriendo el gobierno a mayores niveles de participación e inclusión. Menos personalismo, más apertura política y trabajo en equipo. El secreto es excluyente por definición. El gran desafío de este gobierno será cerrarles el paso a las dinámicas disociadoras que hoy tienen a casi todos los países de América Latina por las cuerdas. Chile podría ser la excepción, pero para eso se requerirán alianzas muy amplias. El país todavía está sano y en buena posición para hacer efectivas sus potencialidades de sociedad desarrollada. La apuesta de Bachelet -y esto no es ningún secreto- es que las alcance con mejores estándares de justicia social. ¿Dónde está el problema y a título de qué, entonces, tanto hermetismo? R

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