La retroexcavadora




No quiero aguar la fiesta ni criticar a los exponentes del juego. Pobres, se mataron en la cancha y finalmente no es su culpa.

Tampoco al conductor, porque hizo lo que sabe y ya está. El fútbol, como la vida, tiene varias fórmulas y cada cual sabrá la que ocupa y el peso y trascendencia que ella tiene. Pero como muchos, en estos días donde ya nadie parece tener memoria y sólo importa conocer la India, he sentido la necesidad de volver a abrir el libro de los milagros que descansaba en mi repisa. Y leer un poco para aplacar ese sabor amargo que queda tras arrear una bandera, esa sensación de vacío que deja el logro sin belleza, ese malestar que queda al retroceder lo avanzado.

Dice la biblia, entre muchas cosas, "si tuviera que medir a los entrenadores, prescindiría del resultado. Analizaría el método, la forma de jugar de sus equipos. Sobre todo si son jóvenes en formación". "Quienes ejecutamos esta profesión no podemos permitir que se gane de cualquier manera. Hay una ética de juego que cuidar". "La gran ambición que tenemos es producir resultados a través de un comportamiento que estéticamente valga la pena. Nada más que eso y todo eso". "Soy un obsesivo del ataque, trabajo para atacar, no para defender. Tener el balón, tener la autoridad, el protagonismo". "La única manera que entiendo el fútbol es la presión constante, jugar en el campo rival; el dominio de la pelota y de las acciones. Sólo así se puede soñar con ganar siempre".

Madre mía. Tan lejanos que suenan hoy esos conceptos, enterrados en el sótano (¿botados otra vez al río Maipo?) desde la partida de Bielsa y Sampaoli. Tan ajeno que resulta hoy, en Quilín y en las redacciones periodísticas, esa postura intelectual pero también espiritual que cambió todo, que nos llevó tan lejos, que hizo que nos sintiéramos por primera vez de verdad felices y orgullosos.

Hoy que la retroexcavadora parece arrasar con dichos principios ante la mirada torva de los responsables y el silencio cómplice de los mediocres, todos los conceptos, todas las convicciones que resultaban tan claras y evidentes hace tan poco, ya no están.

Volvimos al pasado de golpe, como un mazazo, combatiendo lo avanzado vaya uno a saber por qué conveniencias momentáneas. Bienvenidos otra vez a los feroces ochentas.

Insisto y comprendo: hay registros distintos en el fútbol. Diversidad. Pero cambiar la mano tan rápido, parece enfermizo. Casi mala leche. Hoy veo a demasiados calladitos (¿por fin felices y relajados?) sin interpelar el método, la forma, los niveles de la ambición, la estética. ¿Era necesario abjurar tan rápido, pasar la cuenta, renegar de los valores y las convicciones, renunciar tan luego a lo que nos hizo reconocidos, exitosos y admirados en el barrio y en el mundo? ¿Tan duros de mollera salimos?

Pregunta de varios periodistas extranjeros en Rancagua: "¿A qué juega hoy Chile? ¿Cuál es la identidad? Más allá de la eliminación de una y la clasificación de la otra, qué raras resultan hoy sus selecciones Sub 20 y Sub 17, tan distintas a la propuesta de la adulta, tan diferentes al nuevo Chile que conocimos los últimos años. ¿Dónde quedó el protagonismo, dónde el ataque asfixiante?". Respuesta: "Pasó la retroexcavadora". ¿Cómo? "Nada, un chiste interno. Político. Tiene que ver con cambiar lo que estaba razonablemente bien para terminar retrocediendo". ¿Y la apuesta conceptual? "¿Cuál? El discurso en boga sólo apela al resultado. ¿El programa del candidato? Da lo mismo, lo que importa es mantener el poder. ¿Los inconvenientes éticos del empresario devenido en presidente? Da lo mismo, lo importante es recuperar el gobierno".

Ya no hay camino, sólo importa la meta. Una vez más, nos fuimos al carajo. Sí, ya se: "éntrese, tatita". Me entro. Incluso cuando se ganó, esta pelea estaba perdida. Demasiada seda para tanta mona.

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