La victoria de los obreros




Antes de que Nicolás Castillo peinara la pelota, después del preciso pelotazo de Sebastián Martínez, aprovechando la desconcentración de Ivan Aleksic, quien se quedó enganchado y no salió con sus compañeros de zaga, Chile había jugado su mejor partido en esta Copa del Mundo. El destino quiso que lo adornara con un triunfo y el boleto a los cuartos de final, donde se medirá con una potencia juvenil: Ghana.

Y no se trata de valoraciones patrioteras o con el resultado en la mano. Lo de Bursa fue la constatación de que ante un rival calificado, superior en talla, con orden táctico y dos puntas que habrá que anotar en la agenda del futuro (Marko Livaja y Ante Rebic), era posible ofrecer un duelo sin complejos, con soltura, rigor y disciplina.

Mario Salas, abierto saludablemente a la crítica, creyó que los cuestionamientos a su planteo iban dirigidos a la filosofía de juego. No. Lo que se extrañaba y pedía era mayor libertad y soltura de los intérpretes. Pero también, como lo dijo Fernando Carvallo, la prueba de suficiencia de los jugadores, que dieran el salto de calidad que sus potencialidades nos revelan. No se la podían llevar pelada…

Nadie regaló nada. Fue un cotejo de dientes apretados, donde los rivales se neutralizaron y casi no generaron situaciones de riesgo, salvo remates de media distancia o fallas individuales, pero no de funcionamiento. Y ahí está lo rescatable de Chile. Propuso un duelo cerrado, sin extraviar su identidad, sin olvidarse del arco adversario, pero sin desprotegerse en el fondo, salvo en los 10 minutos finales del primer tiempo, donde hubo espacio para la explosión de los balcánicos.

El horno no estaba para que brillaran los talentosos o habilidosos, aunque Cristián Cuevas generó problemas en la acción individual en el primer tiempo, pero casi siempre concluyó mal. El balance de este partido revitalizador debe comenzar por los volantes de contención. César Fuentes y Sebastián Martínez cumplieron una actuación sobresaliente. Mordieron sin pegar, anticiparon y descargaron con criterio. La actuación del mediocampista de la "U" fue maciza, más si consideramos que, además del pase para el 1-0 puso el pelotazo a Cristián Bravo para el desborde que gatilló el autogol del 2-0.

Los dos centrales, Igor Lichnovsky y Andrés Robles, no se equivocaron nunca. Anticiparon, cubrieron con el cuerpo, cruzaron con celeridad y achicaron hacia adelante. Así, el equipo fue corto, ya no hubo esos enormes océanos entre las líneas, que mortificaron en la fase grupal. Si un cuadro es corto, las opciones de pasar zozobras disminuyen. Un axioma que se cumplió con precisión.

Un párrafo para dos hormigas. Felipe Campos clausuró el costado derecho en el primer tiempo e, incluso, se descolgó, pero en el complemento tuvo problemas. Igual se las arregló y muestra conocimiento del puesto. En la otra franja, Mario Larenas es un relojito. Cumple con el manual del lateral: marca, cierra, sale jugando y pasa al ataque, entendiendo que en este puesto el orden de los factores altera el producto. Un marcador de punta que piensa que lo primordial es subir condena a su equipo al suicidio.

Chile necesitaba una jornada como la de ayer. Para la confianza del técnico y sus futbolistas. Ya estamos en cuartos, un gran logro. Lo que venga es bienvenido. Coincidiendo con los vientos que soplan en el país, fue la jornada en que los obreros sacaron la voz…

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